ZARAGOZA | El Real Zaragoza sigue sin vencer, por mucho que en el tramo final pusiera todo para hacerlo. Se estrelló ante Leo Román y la suerte, en un final de locura, lleno de intención. Mereció vencer entonces el Zaragoza, que se jugará el pan en el duelo ante el Elche. También Escribá, que tendrá una prórroga hasta entonces. Como el fútbol está lleno de caprichos, el técnico se jugará el puesto ante el club que le definió como entrenador.
Hoy conviene explicar lo inexplicable, que el Zaragoza se estrelló ante un muro invisible, una pequeña maldición. Lo intentó con todas las letras, a ras de suelo y por el aire, en jugada colectiva y a balón parado. Durante un momento creyó vencer. La grada fue fiebre, comunión y éxtasis. El VAR anuló las emociones más felices unos segundos más tarde. Entonces, la alegría se convirtió en lamento y pura desesperación.
Desde las butacas, el fútbol se ve limpio, claro y parece un juego de estrategia. Ayer era fácil que los ojos se detuvieran en Cazorla, que siempre fue un futbolista total. No estuvo acertado, pero eso daba igual. Muchos quisieron ser él alguna vez. Y ayer pagaron por verle y dedicarle el mejor de todos sus aplausos. Mientras tanto, el reloj de la jornada corrió en contra del Zaragoza, que solo tuvo prisa por vencer cuando ya era demasiado tarde.
Fútbol en la butaca
El diálogo en la grada tiene vida propia. Se escuchan de fondo los cánticos incondicionales, los reproches frente al error, el aplauso ante un detalle o el asombro de un regate. Alguien decide simplificar el nombre de Lecoeuche y encuentra la risa de los que le acompañan. Tiene una forma muy particular de valorar su partido: “Qué bueno es El Coche, está siendo el mejor”.
La afición posee un poder singular: es capaz de trasladar sus emociones a los futbolistas, de llenarles de una energía oculta o de unas dudas que se ven. Así se explican los temblores de Rebollo con los pies, que le agradeció a la suerte que su error acabara en el palo.
En el último tramo, el Zaragoza llenó de ocasiones el partido. Sin un fútbol fluido, su juego fue una avalancha. Desde los asientos se sucedían los suspiros, los ánimos desordenados y las quejas ante otra oportunidad perdida. El tiempo se congela y se escuchan frases que uno dice para todos y para sí mismo: “Una más vamos a tener”. Y la gente que está a su lado cree en aquel aficionado que parece un rascacielos.
Cuando llega la mejor oportunidad y el Zaragoza cree marcar, el fútbol parece la más bonita de todas las causas. El gol se canta como nunca en las gradas. En las butacas, hay abrazos cómicos, a tres bandas y en diferentes alturas. Uno podría celebrar con un extraño y sentir que es el mejor de todos sus amigos. Segundos después, el VAR anula el cántico más feliz de toda la noche. La euforia es entonces luto, silencio e incomprensión.
El mismo aficionado es el primero en recomponerse: “Una más vamos a tener”. Pero por mucho que tenga razón y la última ocasión le llegue a Vallejo, ahora ya nadie le cree. Ninguno confió entonces en la victoria y el empate se escribió desde las gradas.