ZARAGOZA | El Real Zaragoza se presta a una lectura doble, en la que entran las luces y las sombras, las nubes y los claros. El panorama se escribe también en la clasificación, en la que nunca ha bajado de los puestos de playoff. Ahora vive en el tercer lugar, una vez que se ha superado ya el primer tercio de la competición. Es su mejor inicio en los 12 años de Segunda División y por esa vía se explican todas las ilusiones. Su arranque goleador, con 24 tantos en este tercio, son el mejor argumento de un equipo que acorta los caminos del juego. En su delantera, ha encontrado todos los goles perdidos en las últimas temporadas.
Esa noción, la que escriben sus goleadores, quizá ha confundido al grupo. El Zaragoza no ha tenido siempre el control de los partidos, ni siquiera en todos los duelos que ha ganado. Su capacidad de respuesta, innegable, esconde un peligroso reverso: ha empezado perdiendo 7 de los últimos 9 encuentros. Ahí no solo se han visto costuras en el juego, sino un punto de tensión competitiva menor de la que cualquier partido requiere. Y preocupa que ese defecto sea algo más que una tendencia.
El juego descubre dos impresiones: un equipo con poder y armas, pero capaz de salir al campo en plena siesta. El Zaragoza se explica a través del marcador: allí o gana o está cerca de hacerlo. Tiene más recursos y hoy se aferra a las leyes de Iván Azón, pletórico en el juego, en los duelos y en todas sus rachas. Pero preocupa que el grupo ofrezca dos versiones en un mismo partido, que en su fútbol joven, el talento y la rebeldía se mezcle con la irregularidad.
Esa bipolaridad, constante en todas las temporadas, se traslada también a la afición. Unos ven sombras en la ilusión y reparan en que hay siete equipos en solo tres puntos. Otros consideran que batir los registros de estos años admite méritos y nunca ofrece deudas. Será el tiempo el que registre la próxima verdad o todas las mentiras: el fútbol descubrirá el rostro del Zaragoza y todas las opiniones. Y alumbrará una de sus dos caras.