ZARAGOZA | El fútbol ofrece siempre una cara B, un reverso desconocido. Las teorías que se centran en el resultado parecen demasiado simples, las que se focalizan en el juego parecen demasiado subjetivas. Perdió el Real Zaragoza en Ipurúa y lo hizo con todas las de la ley. El consuelo general de mucha gente es que esta vez sí que quiso vencer fuera de su estadio. La realidad muestra un lado cruel: simplemente ni supo ni pudo hacerlo.
La Segunda División parece una liga maratoniana, de desarrollo lento y regular. Perdió el Zaragoza 8 jornadas más tarde y si muchos pueden creer en sus progresos y en los números de Velázquez, otros ven una gran laguna en su balance. El Zaragoza solo ha ganado tres de esos encuentros y acumula cuatro meses sin victorias fuera de su estadio. Plantó cara a un candidato al ascenso, pero sigue malgastando las oportunidades que ofrece la competición. Y fundamentalmente sigue sin vencer en el día de la verdad y sin ganar a domicilio.
Julio Velázquez estudia los partidos al detalle. Diseña planes y sistemas para el desarrollo de los encuentros, variantes diferentes para muchos contextos. Nadie duda de su análisis y del tiempo que le dedica a su trabajo. Pero si fuera un futbolista, algunos acertarían al decirle que corre demasiado. Su equipo es tan flexible en lo táctico que a veces parece confuso, con demasiados rostros para un solo partido. Incluso guarda en su carrete fotos en las que no sale favorecido.
Ganó el talento del Eibar, que asestó pronto el primer golpe, que ante el Zaragoza suele ser definitivo. No tiene entre sus virtudes capacidad de rebeldía, una reacción para sus partidos. En el tiempo en el que se necesitan regates y remates, el equipo se volvió mandón, pero horizontal y con pocos recursos.
Se cerró así un partido que pareció menos derrota que, por ejemplo, el empate en Santo Domingo. Pero el fútbol lo resume todo en un guion cruel, que se escribe en los marcadores. Allí se escribió una derrota con aristas, hecha de mil caras.