ZARAGOZA | Luis Costa acaba de cerrar 20 años de fútbol. Lo hizo de la manera más feliz en Brea, con un gol que sirve como el mejor resumen de su carrera. Costa ha sido muchos futbolistas en uno solo. En su mochila, guarda 15 camisetas de los equipos en los que jugó y mil historias que contar. Habla a la velocidad de la luz, con una mirada limpia y sensata. Conoce los secretos del juego y los transmite en una conversación que nunca se detiene.
Costa ha sido un jugador atípico y tiene inquietudes que se escapan de la norma deportiva. En la vida, aplica la misma valentía que le hizo distinto en los campos del fútbol aragonés. El Veintiuno es su proyecto más personal y demuestra su sensibilidad musical, su labor de promotor cultural. Luis Costa es empresario, articulista, analista y, por encima de todas las cosas, jugador de fútbol. Lo demuestra en el inicio de una conversación, sin que medien las preguntas: “Mi pasión es jugar a fútbol y practicar este deporte me ha llevado a rincones únicos”.
Referente del fútbol modesto, defiende el juego original, el que parte de la calle y no de la pizarra. Y, aunque haya firmado ya su retirada, con Luis Costa da la sensación de que este deporte no se acaba nunca.
El final soñado
¿Cómo se asimila un cierre como el que viviste hace una semana?
Ha sido increíble y no esperaba ni tanta repercusión ni tanto cariño. Por eso me parece especial que mi último toque a un balón acabara en la red. Me parece que es muy poético. No hay nada que me guste más que jugar a fútbol y nada del fútbol me gusta más que marcar. Fue increíble.
Parece el final perfecto, la película de toda una vida…
Fue así, literal, como si todo estuviera guionizado. El central no cometió un solo error en todo el partido. Si fuera director deportivo de un equipo de Segunda RFEF lo firmaba. Y cometió uno solo, muy grosero. El balón me quedó a mí, definí bien. Marqué y ya no volví a tocarla.
Es también el resumen ideal a tus 20 años en el deporte. Siempre tuviste la capacidad de aparecer en momentos muy concretos.
Yo no creo en nada, pero hay momentos en los que pienso que hay algo detrás que ha valorado todo mi esfuerzo, el sacrificio y la mala suerte que he tenido. Lo que sucedió el año pasado contra el Espanyol, el gol del ascenso con el Tarazona a Segunda B o los que hice en mi llegada al Poli Ejido. Ha habido momentos muy puntuales en los que esa suerte me ha perseguido y acompañado. He sido un goleador, estoy cerca de los 200 tantos, y todos han sido muy importantes. Anotar el gol más importante en una temporada de 12, hace que parece que hayas metido 24.
Vuelta a los orígenes
El fútbol de barro te enseña a vivirlo todo de otra manera, aprendes cosas que otros no aprenden. La calle te da un regate que ya se está perdiendo
Ese ha sido el último gol, pero ¿te acuerdas del primero?
Me acuerdo de los primeros, marqué muchos en El Oliver, donde jugué de niño. Tendré que ir al principio de la historia. Mis padres se divorciaron, mi madre es de Zaragoza y mi padre de Huesca. Yo me quedé con mi abuela paterna. No quería ir nunca a Zaragoza y mi madre me apuntó a fútbol en El Oliver para que fuera. Con cinco años, empecé a jugar ahí, a fútbol sala. Metí 69 goles o dos veces 35. Solo sabía contar hasta esa cantidad y la tuve que contar dos veces. Recuerdo mucho uno en infantil, aunque probablemente sea porque David Navarro me lo ha contado muchas veces. Él dice que marqué gol en su primer partido como entrenador. Fue en La Antigua Camisera, un día de barro. Después de una vaselina al portero, todo el mundo se puso a cantar el gol antes de tiempo, pero el balón se quedó en el barro, no entró. Yo llegué, lo empujé y me fui a celebrarlo al otro córner.
¿Qué es lo que da ese fútbol que ya no da ningún otro?
El fútbol de barro te enseña a vivirlo todo de otra manera, aprendes cosas que otros no aprenden. Si lo vives al extremo, si juegas en las escuelas de Grañén como yo hice, en espacios reducidos, aprendes trucos distintos. Entiendes que si da en la pared y el árbitro no lo ha visto, hay que seguir jugando. Si el portero se despista, tú lo aprovechas. El Oliver era el máximo exponente de eso. Yo era un jugador listo, talentoso, que cayó en un sitio muy especial, en uno de los equipos más importantes del fútbol base. Y no hace falta que cuente lo que es el barrio Óliver, ese ambiente de calle favorece el talento.
Ese fútbol te da la oportunidad de marcar goles que se quedan en un charco…
David Navarro me entrenó entonces junto a Tito García Sanjuán, dos de los mejores técnicos que ha dado el fútbol aragonés. Él decía que yo era el más listo. Siempre estaba alerta y, en el fondo, el último gol también lo demuestra. Podía haber fallado pero no podía permitirme no haber estado allí.
¿Esa noción se aprende mejor en la calle que en la academia?
La calle te permite mejorar en todos los aspectos técnicos y te da intuición. Te da el uno contra uno, un regate que se está perdiendo. Yo era ese jugador. El que me haya visto los últimos ocho años pensara que soy un futbolista distinto, listo, que sabe aparecer, que se ha sabido adaptar. Si me hubiera retirado antes, me hubieran recordado como un jugador muy desequilibrante. Encaraba constantemente. Y ese principio es exactamente lo que te da la calle. Para mí es casi más bonito un caño que un gol.
¿Te parece casualidad que los mejores futbolistas partan de ese lugar?
No, incluso se puede ver en Zaragoza. En mi generación, Antonio Longas o Rubén Gracia Cani jugaron mucho en la calle. Cani es el mayor talento aragonés que yo he visto. Me fijaba mucho en él. Mi madre vivía en Torrero y en el grupo estábamos Chus Herrero, Antonio Beltrán, Víctor Vellamazán y Rubén Gracia. Cani era un poco mi ídolo, recuerdo que en el Poli Ejido tenía posters suyos colgados en la habitación de mi residencia.
Antes has nombrado a un entrenador que te ha marcado de un modo especial, ¿qué significa para ti David Navarro?
Es el entrenador que me hizo futbolista. Era un técnico que le daba mucho protagonismo al jugador y al balón. Todo partía de la pelota y me abrió otra ventana a un fútbol totalmente distinto. En infantiles, estuvo bien, pero con 35 años me llamó para ir al Tarazona, con el único objetivo de ascender. De repente aprendí a ver el juego posicional de otra manera, miré el fútbol como lo veía David Navarro entonces.
Nómada del fútbol
En el Poli Ejido de Pepe Mel estuve más cerca que nunca del fútbol profesional. Luego me di cuenta de que me había equivocado al marcharme
Después del Óliver, llegaron Balsas Picarral, Almudévar, Barbastro, Poli Ejido, Atlético Sangonera, Benicarló, Sporting Mahonés, Fraga, Monzón, Grañén, Tarazona o Brea. Mil vidas en una sola
Cuando terminé mi etapa en el Balsas Picarral todos los equipos de Tercera División que me querían eran de Zaragoza. Y mi madre no podía llevarme más. Fui al Almudévar y de ahí al Barbastro, que era el equipo más importante de la categoría entonces. Me encontré un vestuario que cobraba un dineral, yo hacía el cálculo en pesetas y eran 60.000. Sin ser siempre titular, fui bastante importante en el equipo de referencia. Me empezaron a llamar muchos filiales. Había acabado bachiller, pero no me daba la nota para hacer lo que quería, Magisterio de Eduación Física. Y en Almería me daba. Me salió la opción del Almería B y me matriculé en la especialidad.
Y ahí aparece el Poli Ejido, tu paso más cercano al fútbol profesional…
Jugamos un amistoso contra el Poli Ejido, quedamos 2-2, marqué gol y me llamaron. Las condiciones eran mejores que las de Almería y el inicio fue ideal. Ganamos 0-3 y marqué gol en el primer partido. Vencimos por la mínima y repetí en el segundo. Subí al primer equipo a un partido entre titulares y suplentes y volví a marcar. Pepe Mel me incluyó en la dinámica de primera plantilla, en Segunda División A. Ese equipo no subió de milagro. Estuve toda la temporada a caballo entre los dos y el filial hizo playoff a Segunda B. Acabé la temporada y no me subían el sueldo. Pepe Mel me llamó para decirme que renovara, pero mi novia era de Murcia y fui a jugar al Atlético de Sangonera. Poco después me di cuenta de que me había equivocado: tenía que haber seguido en el Poli Ejido. Estaba tocando con las manos el fútbol profesional.
¿Fue sencillo para ti gestionar tu propia carrera?
Fue muy complicado. Tenía 20 años, mis padres estaban divorciados y no tenía representante. Nadie me asesoraba. Tomaba decisiones con sueldos de 2000 o 2200 euros y entonces el dinero valía más que ahora…
Después de eso, Tito García Sanjuan se vuelve a cruzar en tu camino
Me llamó el Benicarló, que estaba afiliado al Villarreal. Intenté recalcular la ruta, volvía a estar en un filial, con García Sanjuan. Pero tuve la mala suerte que en febrero se puso fin a esa relación con el Villarreal. La temporada siguiente fui al Sporting Maonés, un equipo mítico de la Segunda B, que estaba en Tercera en aquel momento. Lo entrenaba Toni Seligrat, otro histórico del fútbol español en esas categorías. Un técnico muy defensivo, me descubrió otro tipo de juego. Era un pedazo de entrenador, pero no veía el fútbol como yo quería. Estuve otra temporada en Menorca y cuando me ofrecieron la renovación, me dijeron que mi abuela iba a fallecer de cáncer.
El regreso a Aragón
Tenía todo hecho con el Valencia B, pero me rompí el cruzado en mi último partido con el San Lorenzo. Mi abuela acababa de morir. Seguramente, fue el golpe más duro de mi vida
Y ahí vuelves al fútbol aragonés…
Decidí volver porque me había acostumbrado a estar solo tres semanas en verano y veía mayor a mi abuela, pero no era tan consciente de su enfermedad. En Aragón me quiso todo el mundo, pero nadie me daba la contrabaja. En aquel momento, si jugabas más de 5 partidos en un equipo, no te dejaban irte. Tenías que tener un papel que te liberaba en cualquier momento. El San Lorenzo estaba en Tercera División por primera vez en su vida y entonces me fichó, con Ángel Royo de entrenador. En 8 partidos marqué 6 goles e hice un partido espectacular contra el filial del Zaragoza en La Ciudad Deportiva. Era un Zaragoza que ganó la liga sin despeinarse. En ese partido, quedamos 2-2 e hice el segundo gol, un golazo, y di el primero. Me cambiaron en el 87 y nos empataron de falta en el 93.
¿Ese partido pudo cambiarlo todo?
Me llamó el Zaragoza B pero yo había jugado 7 partidos con el San Lorenzo y no me pude ir. Me llamó el Socuéllamos, de Segunda B, y tampoco pude hacerlo. En aquel encuentro en La Ciudad Deportiva estaba el Lobo Diarte, el delantero mítico de Los Zaraguayos. Hasta ese momento nunca había tenido representante y firmé con él. Inmediatamente después me dijo que tenía un contrato para mí con el Valencia B. Me vinieron a ver contra el Villanueva y volví a marcar. El Valencia B me firmó el 25 de noviembre.
¿Qué pasó entonces?
El plazo de fichajes era del 1 de diciembre al 31 de enero. Los técnicos del Valencia me pidieron que no jugara el siguiente partido. Me iba al equipo de Jordi Alba, Guaita, Isco… Habían hablado con el club y con mi entrenador, pero Ángel Royo me pidió que jugara el último partido, para despedirme de la gente. Tuve la mala suerte de que en el minuto 50, me rompí el cruzado. Antes de eso no había tenido ni una rotura de fibras ni un esguince de tobillo. Nada. El Valencia me pagó la resonancia y se confirmaron los peores pronósticos.
¿Fue entonces cuando la música se cruzó en tu trayecto?
Me fui a recuperar a Murcia y a seguir con la carrera universitaria. Escuché mucha música y fui a muchos conciertos. Fue seguramente el golpe más duro de mi vida. Mi abuela, que me había criado, acababa de morir. A los pocos días, me rompí el cruzado y se escapó la oportunidad del Valencia.
Referente en Aragón
Después de mi segunda lesión de cruzado, decidí jugar en el equipo de mi pueblo. En Grañén yo era algo parecido a lo que es Zapater en Ejea. Me vieron allí, disfrutaron mucho y cuentan historias de mis goles. Dicen que maté a un dragón o que marqué un gol desde el centro del campo y nunca he hecho ninguna de las dos cosas
Y el fútbol volvió poco después…
Me recuperé en tiempo récord, en 5 meses, pero entonces una lesión como esa generaba unas dudas absolutas. A todo esto, en el Huesca aparecieron Agustín Lasaosa y Petón, en el momento en el que tenía el cruzado roto, y proyectaron un equipo distinto. El Huesca y yo somos un ascensor, cuando yo estuve en Segunda A, el Huesca estaba en Tercera y cuando se planeaba el proyecto del Hueca, yo estaba lesionado. Volví a San Lorenzo, en 24 partidos marqué 14 goles en Tercera División y me fichó el Fraga. Hice 17 goles y ahí incluso hubo opciones de hacer pretemporada con el Huesca, que ya estaba en Segunda A. Agustín Lasaosa me dijo que a lo mejor había alguna posibilidad, pero no se dio. Desde Tercera, era un salto muy grande. Entonces tenía 24 o 25 años, había superado un cruzado y en temporada y media había marcado casi 35 goles entre Fraga y San Lorenzo. Pensaba: “¿Qué más puedo hacer para ser futbolista?”
El siguiente equipo fue el Monzón…
Te voy a contar una cosa interesante. El Fraga me dejó tres meses sin pagar, es la única vez que me ha pasado en la vida. Yo quería irme a Tarifa de vacaciones y me llamaron un montón de equipos. Acepté la oferta del que me pagaba un mes por adelantado. El Atlético de Monzón me pagó junio el día de la firma. Cobré el dinero, estuve tres semanas en Tarifa y me lo gasté todo. El Lobo Diarte me llamó en mi viaje de vuelta y me dijo que tenía el contrato que me merecía, en el Guadalajara de Segunda B. No sabía cómo decirle al Lobo que había cobrado una nómina por adelantado y que no podía romper el acuerdo. Ese fue el último tren gordo que pasó en mi carrera. Era el jugador más importante y en El Monzón no me dieron la baja, yo tampoco hice mucho esfuerzo por pedirla. Ese mismo mes de diciembre monté la Sala de Conciertos, El Veintiuno, y empecé a ver el fútbol de otra manera.
Del Monzón al Barbastro, ¿qué pasó entonces?
Tuve una temporada buena en el Monzón. Me fui al Barbastro el curso siguiente y me rompí el cruzado en la pretemporada, en Copa Federación, contra el Andorra. Segundo cruzado roto, con El Veintiuno montado y tuve la impresión de que empezaba una etapa distinta. Cuando me recuperé del cruzado, tenía tan buen cartel en la categoría que me volvió a llamar el Sabiñánigo de Dani Aso. Mi cabeza estaba en El Veintiuno, en crecer como empresa.
¿Te quedaba algo pendiente con tu pueblo?
Tenía una espina clavada, no había jugado nunca en Grañén, en el equipo de mi pueblo. La gente no se explicaba cómo había dado ese paso, seguía siendo desequilibrante en Tercera. Estuve tres temporadas, en las que hice 57 goles. Y no era nada fácil hacerlo, entonces era la quinta categoría de España. Allí me exigían más que en el Monzón o en El Poli Ejido porque jugaba en mi pueblo. Disfruté mucho, lo que era en Ejea Zapater, lo era yo en Grañén. Me vieron allí, disfrutaron mucho y cuentan historias de mis goles. Dicen que maté a un dragón o que marqué un gol desde el centro del campo y nunca he hecho ninguna de las dos cosas.
Un futbolista con mil vidas…
Cada año me llamaban equipos de Tercera, mientras El Veintiuno crecía como empresa, empezamos a ser promotores musicales fuera de la sala. Tuve la oportunidad de delegar mucho más, me podía dedicar al fútbol y no a trasnochar. Con 32 años volví al Monzón, en el fondo era mi equipo en Aragón. Allí regresé también a La Selección de Aragón, marqué 11 y 10 goles en las dos siguientes temporadas. Llegamos a la Fase Final del Campeonato de España, con Mingotes, Álvaro Barrero, Miki, César… Me veía muy bien y llegó la llamada de David Navarro.
Otro reencuentro…
Tuvo que insistir. Me dijo que había soñado que iba a marcar el gol del ascenso. Me fui al Tarazona, cobrando menos dinero que en Monzón. Fue en el año de la pandemia. El curso anterior se habían quedado a las puertas, con todo a favor, contra el Alavés. El único objetivo era ascender y era un equipo con mucha ansiedad. Marqué el gol que nos puso primeros ante el Tamarite, que nos daba una gran ventaja para los playoff. Y marqué en la final del ascenso contra el Brea.
Antes de aceptar la propuesta del Brea, marcaste 11 goles con el Épila…
Y después de eso, me llamó Dani Martínez para su Brea. Le dije que no podía: El Veintiuno ha crecido mucho y que no me daba para una pretemporada de Segunda RFEF. En noviembre, me volvió a llamar y tomé la decisión de retirarme en esa categoría. Jugué media temporada, marqué a los dos o tres partidos de debutar y acabé siendo muy importante en el equipo. El último día nos jugábamos la permanencia contra el Espanyol, marqué dos goles en la segunda parte y conseguimos la salvación. Fue un partido histórico para el Brea y para el fútbol aragonés.
Y llegó el último baile…
Durante todo ese medio año arrastraba dolores de cadera y tomé la decisión de retirarme. Dani Martínez me insistió mucho, me pidió que me quedara. Se había desmantelado el equipo por completo y me necesitaba, en el rol que fuera. Hice un esfuerzo grande, me infiltré, me pinché y encontré la terapia que mitigaba el dolor. Volví en diciembre, durante la segunda vuelta, 16 partidos, los últimos cinco de titular. Nos volvimos a salvar y ahora volvemos al principio: el último balón que toqué acabó dentro.
La magia de un dorsal
Con Ander Herrera tengo una anécdota muy buena. En el campo de San Lorenzo nos quedamos los dos al rechace en un córner. Levantó el césped y me dijo que teníamos un campo de mierda. Yo le dije que le quedaban diez años de jugar en estos campos. Fue su último partido en Tercera División
¿Quién es tu 21 favorito?
Te diría tres: Aimar, Silva y Valerón. Y añadiría a un cuarto, que es aragonés: Ander Herrera. También admiro mucho a un quinto: Alberto Zapater, que ha jugado con ese dorsal. Él ha estado aquí cuando el viento soplaba fuerte y el barco se hundía. Es parte del escudo del Real Zaragoza.
¿Ese dorsal siempre ha sido especial para ti?
Yo llevaba el 21 en el Sporting Maonés y mi ex socio Joaquín Ponsa llevaba también el 21 y estábamos siempre de fiesta. Me decía que la gente nos seguía, que cerraban los bares por nosotros. Hay que montar un bar y se llamará El Veintiuno. Y lo hicimos.
En Zaragoza no llevó ese dorsal, pero Ander también es un 21 muy especial en Aragón…
Con él tengo una anécdota muy buena, la recordamos hace poco. Después de romperme el cruzado, en La Revista Don Goals había una página de cada partido de Tercera. A Ander lo quería todo el mundo, el Athletic de Bilbao y tantos otros. A mí me había querido el Valencia y la gente sabía que me había roto antes de irme. En el recuadro ponía jugadores a seguir: Luis Costa y Ander Herrera. Ese partido lo ganó el San Lorenzo de Flumen, 1-0, con un gol que yo marqué. Nos quedamos con 10, expulsaron a mi socio actual, que es Miguel Ángel Ortiz. Ander y yo coincidimos en un córner, los dos estábamos al rechace, nunca fuimos a rematar. Le pegó una patada al césped de San Lorenzo y dijo: “Vaya mierda de campo tenéis”. Buscaba complicidad. Yo le di una especie de colleja y le contesté: “Escucha, espabila, te quedan diez años de jugar aquí”. Fue su último partido en Tercera División, no volvió a jugar nunca más.
¿A qué jugador te quisiste parecer?
A Hristo Stoichkov. Era mi ídolo. De hecho si ves mi último gol, ves que la celebración es la misma. Tenía mucho carácter, jugaba en mi puesto y me encantaba lo que transmitía.
¿Qué consejos te han dado que recuerdes especialmente?
Recuerdo que David Navarro me decía siempre, si duermes con El Larguero, si lees mucho fútbol, acabarás siendo futbolista. Un día le dije: “Me he leído el libro de Valdano, me duermo escuchando a De La Morena y no he tenido suerte”. Él me decía que iba a ser futbolista toda la vida. Se trata de jugar como se vive. Es una pasión. Si no te sale del corazón, no lo hagas. No juegues en Tercera por dinero porque eso es un error, que te va a hacer daño a nivel futbolístico y también vital.
¿Vas a dejar de ser futbolista alguna vez?
Bueno, yo ya me siento un ex futbolista. Me da mucha pena. Ahora me apetece mucho jugar a fútbol sala, sin ningún entrenador, con mis amigos de toda la vida. Me apetece mucho tirar caños, que me echen la bronca por haberme jugado la última. El fútbol es de los jugadores y pertenece a los que están en el campo. Ese sentimiento no va a volver.
¿Sueños por cumplir?
Marcar un gol en El Camp Nou, jugar la Champions… (ríe) Sería egoísta si me quejara. Durante 20 años me han pagado por hacer lo que más me gustaba. A la gente de Grañén le digo que vivir del fútbol no es solo jugar en Primera. Mi último sueño es que el fútbol me siga haciendo crecer. Independientemente de lo que haga después, quiero superar lo que he hecho como jugador.
¿Qué significa para ti el fútbol?
Es una forma de vivir y soy lo que soy gracias al fútbol. El Veintiuno no sería lo que es si no hubiera sido futbolista. Todo lo que he aprendido, llegó gracias a una pelota. Para mí lo es todo.