ZARAGOZA | Está claro que a Maikel Mesa no le gustan las medias tintas. Lo suyo es pasar desapercibido o ser el centro de atención. No existir o ser el centro de la existencia. Contra el Sporting de Gijón, volvió a hacer desplegar su típico partido, más cercano al que ejercería un mago que a un futbolista. Durante la mayoría del encuentro demostró sus dotes para hacerse invisible, imperceptible tanto para el equipo rival como el propio. No se sabe dónde está, pero se le siente. Se escucha su respiración agazapada, y su latido fiero, un corazón que raya el paro cardíaco cuando tiene la portería delante y el balón en sus pies. El nerviosismo hace demasiado ruido, y arruinaría la caza.
Maikel Mesa es el asesino silencioso. Mejor un disparo limpio y preciso, que aniquilar por aplastamiento, como un elefante al entrar en una cacharrería. El ruido anticipa el desastre, y él busca la gloria. Hacerse notar en demasía sólo consigue que estén pendiente de sus movimientos y eso es fatal para sus intereses.
Maikel Mesa es el cobrador del frac. El “sólo” sabe facturar. Añadir goles a su cuenta anotadora, pero desde la elegancia. Un juego donde la plasticidad y la estética son innegociables. Aparecer pocas veces en escena, pero dejar un detalle deslumbrante. Su gusto por la belleza y por la ejecución del rival le convierte en un ser maravillosamente maquiavélico. El fin más que nunca justifica sus medios empleados.
A Maikel Mesa siempre le salen las cuentas. El balance anotador siempre es positivo, como lo es su cuenta de resultados al final de temporada. En la Bolsa futbolística se trataría de un valor seguro. Un trabajador eficiente y siempre cumplidor. Ahora sólo falta que su “empresa” sepa beneficiarse de su cualificación y se coloque en el “IBEX 20” del fútbol español, donde siempre estuvo y se merece estar.