ZARAGOZA | Víctor Fernández cambió la escena en La Romareda, pero no sirvió para vencer. Logró reunir a la afición en torno a un equipo sin constantes vitales, inmerso desde hace tiempo en la peor racha que se recuerda. Las recuperó en el segundo acto, pero volvió a mostrar que le cuesta un mundo recuperarse de los golpes. Y el del Espanyol fue definitivo.
Durante la primera mitad, el equipo se descompensó, quizá porque en su partitura nunca había estado la idea de ser valiente. En la segunda mitad, el panorama fue otro. Robó en campo contrario y arrinconó al Espanyol, pero no acertó en el territorio en el que todo se decide.
“La segunda parte nos marca el camino que debemos seguir”, sentenció Víctor Fernández. Y lo hizo tras finalizar en el que fue el más agrio de todos sus estrenos. Acostumbrado a ganar en sus primeras veces, el Espanyol le robó la estadística. Curiosamente lo hizo Javi Puado, al que adoptó en su última etapa en los banquillos. El fútbol está lleno de caprichos y también de verdades que se escriben a medias. Según esa pauta, no puede haber felicidad en las derrotas, pero sí un punto de esperanza.
Ayer el Real Zaragoza no pareció el equipo muerto que había sido en el último mes. No penó por el campo y jugó con el corazón en la mano, como si el fútbol pudiera resolverse como un acto de fe. La intención fue otra, el equipo se nutrió de un ambiente inigualable y creyó ante todas las cosas. El resultado desdice las mejores predicciones pero ofrece una versión en la que también hay aliento.
El Zaragoza se enfrentó a uno de los mejores equipos de la categoría y cuesta creer que si repite con frecuencia su propuesta, no vaya a vencer más de lo que pierda. Para eso deberá resolver una cuota pendiente, que marca siempre todas las diferencias. El Real Zaragoza acumula 4 partidos ya sin ver puerta y en el fútbol los cumpleaños parecen una losa si no hay goles para celebrarlos.