ZARAGOZA | La suspensión del duelo ante el Atzeneta aplazó un complejo hasta el próximo lunes. El Real Zaragoza sufre un trauma en los últimos minutos, un apagón que se repite en el final de todas sus historias. El equipo de Escribá ha encajado 12 goles en el curso y la mitad de ellos han sido a partir del minuto 80 de juego. Frágil en el momento de la verdad, las ventajas se vuelven en su contra. Los últimos tres partidos sirven como ejemplo: ha perdido siete puntos en el último suspiro, afectado por un bloqueo inexplicable.
El estudio del último mes de competición ofrece un balance todavía más desolador. Mirandés y Alcorcón sumaron también victorias en La Romareda. Los goles en la última franja de esos duelos decidieron una serie que deja al Zaragoza muy lejos de sus primeros pasos. Presa ahora de las dudas, solo una victoria ante el Oviedo puede calmar las aguas del club y de la crítica.
Los errores individuales han marcado esas derrotas, con Poussin, Jair, Jaume Grau o Marc Aguado en el sitio de las disculpas. Tampoco benefició el plan colectivo. Escribá pasó de encontrar al inicio de esos partidos un sistema ideal para Maikel Mesa -el mejor de sus futbolistas- a rehacerlo en función de la ventaja. En ese contexto, en el de un equipo que solo piensa en conservar, los triunfos se escaparon siempre entre los dedos.
Si el Zaragoza fue capaz de convocar a la suerte en los primeros encuentros, ahora llama al mal fario en los últimos minutos. Incapaz de blindarse o de defenderse con balón, el equipo cede terreno y dispara contra sus pies.
El poder de las dinámicas tiene ahora el valor de un maleficio, como si una fuerza oscura confabulara contra su suerte. El Zaragoza se sintió invencible por un tiempo y ahora duda de todas sus posibilidades. En este punto del relato, solo un triunfo contundente podrá cambiar los vientos.
Una victoria en La Romareda serviría para alcanzar una tregua, para superar la incertidumbre. Y un bloqueo que parece ya una patología: miedo a ganar.