ZARAGOZA | Por segunda vez en tres partidos, la afición de La Romareda pidió la dimisión de Miguel Ángel Ramírez. En esta ocasión, pareció un cántico unánime y ya es un aviso serio para el técnico y sus superiores. Discutido antes del parto, sus primeros pasos le alejan de una reconquista, también de cualquier progreso. El resumen parece simple: 6 partidos más tarde, el Zaragoza parece peor equipo del que era en diciembre. Y la propuesta de MAR, con o sin defensas, parece ya indefendible.
Miguel Ángel Ramírez, con rombo y sin rumbo
Frente al Burgos, cambió su sistema de cabecera, casi por petición popular más que por una convicción propia. Eligió el rombo justo en el día en el que faltaron sus mediocampistas. No le dio vuelo a sus laterales, perdió superioridad en la media y le dio el lugar del interior a Adu Ares, que si alguna vez ha sido algo es un atacante. El equipo no tuvo estructura ni tampoco ninguna intención. Se concentró en madurar el partido, un eufemismo que sirve para pedir que no pasen muchas cosas. Acabaron pasando y casi todas en contra del Real Zaragoza.
El arbitraje, delirante de principio a fin, y la expulsión de Dani Gómez marcaron también el desenlace. Pero conviene recordar que el Zaragoza desperdició una hora de juego, en un plan sin orden, que dibujó un equipo desnaturalizado y sin virtudes sobre el césped. Mejor ordenado en un 4-3-2 que en su guion del inicio, en el tramo final llegó la acción definitiva. Liberó dos marcas en un córner, en una jugada que llegó precedida de varias discusiones. Nadie acudió en ayuda de Liso y la frontal quedó despejada para Iñigo Córdoba, limpia para su zurdazo.
Un gol y una sentencia
El gol fue la sentencia de un Zaragoza que le dedicó a Cristian Álvarez el adiós más triste del mundo. Miguel Ángel Ramírez resumió la derrota en rueda de prensa con una tranquilidad extraña, como si no mirar los peligros sirviera para alejarlos. Desnortado, hizo que el Real Zaragoza fuera irreconocible, también ante el espejo que él mismo había construido.
MAR se traicionó a sí mismo, tiró todas las chinchetas boca arriba y mostró que está tan perdido como su equipo. Solo hay una cosa peor que un entrenador que no se encuentra. Uno que no sabe lo que busca.