ZARAGOZA | Miguel Ángel Ramírez afrontará su última bala ante el Almería, incluso cuando ya ha gastado todas las que había en su revólver. Uno no acaba de saber si la prórroga se explica a través de la compleja cadena de mando o por la fuerza del desengaño. El Zaragoza le había depositado las llaves de su proyecto a MAR, que trajo una actualización secundaria, un futuro en el cielo, sin resultados como suelo.
Ahora, mientras se espera a un salvador, el técnico tendrá una última cita en el banquillo. Con la baja de Keidi Bare además, que eleva al menos a 23 las lesiones de la temporada. Quizá ese plano sirve como espejo: Ramírez llegó para paliar un defecto sistémico y también los ha multiplicado. Entre sus fallos, se puede decir que nunca ha encontrado la clave táctica. Desde ese plano, su paso por La Romareda quedará marcado por dos fases. En la primera, vio las debilidades de su zaga y creyó que acumular un defensa protegería mejor al equipo. Sucede que en el fútbol dos más dos casi nunca son cuatro. Después creyó que su defensa era tan débil que solo merecía la pena atacar.
Sucede que en el camino el equipo ha acumulado más ocasiones para desprotegerse por completo. Se le ha visto confuso en lo táctico y más vulnerable que nunca en defensa. La cuestión no está en la cantidad de ocasiones que le ha provocado el rival, sino en lo claras que han sido todas las oportunidades concedidas. Sin equilibrio, sin capacidad para defender las bandas o la segunda línea, el Zaragoza se ha desangrado en su casa y en defensa.
Ante el Almería, Ramírez debe elegir qué entrenador quiere ser. Si escoge su versión original o si apuesta por su modelo más temerario y ofensivo. Siempre ha dado la sensación de que en cualquier sistema ponía sus chinchetas boca arriba. Sus famosos comportamientos nunca han hecho un Zaragoza equilibrado. Y siempre ha parecido que la manta de este equipo no podía ser más corta.