Hay domingos en los que a uno se le hace cuesta arriba levantarse de la cama. Días en los que el plan perfecto podría ser el de quedarse en casa enfundado en el pijama y tras esa barba de 3 días con la que tampoco nos vemos tan mal. En los que la ducha no se antoja necesaria, puesto que sólo tenemos que aguantarnos a nosotros mismos. En los que seguro que encontramos algún resto de comida en la nevera para calentar y algo en la televisión que no nos dé mucho que pensar. En los que el transcurso de lo que se viene por delante no parece tener mayor trascendencia que la de ser la antesala de otra noche más.
Afortunadamente, la vida no nos permite la licencia de permanecer instalados en esos domingos perezosos en los que la naturaleza pondría en cuestión la pervivencia de nuestra especie y nos exige algo más que respirar, comer y dormir.
Durante las últimas semanas hemos visto a un equipo aletargado, lánguido e incapaz. Ya no sabemos si por su estado físico, mental, por sus limitaciones individuales o por la suma de todo ello. Un equipo en el que el síndrome del domingo parecía haberse extendido de tal manera que, de no haber tenido referencias de actuaciones anteriores, podrías llegar a pensar que nadie tenía condiciones para jugar a este nivel.
Afortunadamente, y perdón por lo que voy a decir…. Después de un domingo, viene un lunes. Y el lunes del Huesca llegó en Anduva.
Ya en el anterior partido frente al Leganés, comenzaron a verse algunas mejoras, y ayer frente al Mirandés el equipo pareció dar muestras de empezar a tener claro lo que el entrenador le demanda. De todas formas, y si no es así, parece claro que la victoria parece un buen primer paso para empezar a construir y poder dar la mejor versión de uno mismo.