Víctor Mollejo llegó el 18 de julio a Zaragoza, producto de los vínculos que tiene la nueva propiedad con el Atlético de Madrid. Con 21 años se le consideraba ya un jugador contrastado, que había probado su carácter y su fútbol en Mallorca, Coruña y Tenerife.
La parcela deportiva creyó desde el principio en sus posibilidades y en los beneficios de su cesión. Pero desde el entorno del jugador se deslizó una duda. Mollejo se había quedado con el Tenerife a las puertas de Primera División y tenía una cuenta pendiente en Las Islas. El proyecto del Zaragoza no le sedujo tanto a primera vista y su cesión quedó sujeta a un acuerdo tácito: la renovación de su contrato atlético.
Víctor Mollejo aceptó entonces su llegada a La Romareda, un estadio que no le recibió bien como visitante en los años anteriores. Su forma de jugar le convierte en alguien muy especial ante las aficiones: si juega en tu equipo, le amas; si juega con otro, pasa todo lo contrario. Una vez que se enfundó la camiseta del equipo aragonés, el rechazo que había generado en los cursos anteriores se convirtió en una simpatía total en la grada y en las redes.
Mollejo llegó justo al inicio de la competición, con la resaca de los que alargan su temporada en la fase de promoción. Siempre entusiasta, estar un punto por detrás de su plenitud física le convertía en un jugador corriente. Carcedo, ante las primeras dudas que ofrecía su juego, le esperó y le dio confianza. Sin acierto como revulsivo en las derrotas frente a Cartagena y Lugo, Carcedo le situó por primera vez en el once en la quinta jornada. Cultivó entonces una sociedad prometedora con Simeone, con el que parece fácil entenderse. El resultado ya está escrito: los dos triunfos del Real Zaragoza han coincidido con sus titularidades. Asistente en Ponferrada, marcó ante el Sporting de Gijón el gol del triunfo. Solo fue un tanto, pero tuvo el valor de todos los que se habían perdido en el camino.
En la jugada más importante del encuentro, hubo improvisación y pizarra. Simeone prolongó con el pecho, Bermejo eligió la carrera de Mollejo y el 28 del Zaragoza supo marcar con suspense. Incapaz de contenerse en el juego, tuvo que celebrar su tanto dos veces. En la segunda, Mollejo se desató, liberado, con ese alma de hincha que también juega al fútbol.
Comprometido en el repliegue y puntual en sus ataques, el jugador castellano se ha ganado un lugar en el plan de Carcedo. Por una razón muy simple: los triunfos del Real Zaragoza se explican mejor a través de la aparición de Víctor Mollejo.