La música constituye una valiosa herramienta para enriquecer los resultados de la práctica deportiva, tanto si ésta es de carácter competitivo como si no. Está al alcance de todos y es sencilla de utilizar, sin embargo, solo sacaremos su máximo provecho conociendo sus diferentes influencias a nivel mental dependiendo de cómo de utilice.
Son múltiples los estudios que han probado la influencia de la música tanto a nivel fisiológico como psicológico en el ser humano. Es capaz de afectar a los niveles de ansiedad y estrés, producir cambios en el estado de ánimo y otras emociones, aumentar la creatividad, la sensación de control, la capacidad de resolver problemas…
Según los efectos que ésta es capaz de transmitir, consideramos cuatro tipos de música: alegre, triste, activadora y relajante. Ha de tenerse en cuenta que esta división se ve afectada por la subjetividad y los gustos musicales de cada uno. Según esto, es interesante elaborar nuestra propia lista de reproducción y seleccionar en cada momento la música adecuada al objetivo buscado.
De una manera sencilla podemos decir que usamos la música en relación al deporte con uno de estos tres cometidos:
- Regular los niveles de estrés, motivación y activación. Para lograr aumentar, disminuir o mantener estas variables psicológicas fundamentales al hablar de deporte, estará bien conocer cuándo, cómo y qué música utilizar.
- Apoyo a la ejecución técnica. Cualidades de la música tales como ritmo y compás resultan de gran utilidad a la hora del aprendizaje técnico. Además aquellas habilidades aprendidas con ayuda de música son más probables que se registren en nuestro cerebro a nivel subconsciente, lo que implicará ejecuciones más rápidas y precisas.
- Acompañar estados de ánimo. Tras un éxito deportivo muy probablemente nos va a apetecer escuchar música alegre y divertida. Esto reforzará sin duda nuestro estado de ánimo y ayudará a mantener por más tiempo este sentimiento. Pero si venimos de un fracaso y estamos tristes ¿escuchamos música triste o alegre?
A continuación vamos a ver estos tres puntos de forma más amplia.
Música para el estrés, la motivación y la activación
El estrés suele estar presente en distintas dosis sobre todo en competición. En los momentos previos, mientras hacemos el traslado al centro deportivo, en casa preparando la bolsa…todos estos son momentos idóneos para escuchar música relajante. Lo mismo sirve para conciliar el sueño la noche anterior, para las prácticas en imaginación o para los estiramientos posteriores a competir.
Hay infinidad de estilos musicales en los que indagar según nuestros gustos (clásica, ambiental, jazz, reggae, new age, fusión…). La elección es siempre muy personal y lo que a uno le sirve, a otro produce el efecto contrario.
Para trabajar nuestra motivación debemos identificar para qué necesitamos estar motivados. No es lo mismo el punto de motivación para jugar una final que simplemente para acudir al entrenamiento diario. La música motivante funciona por los recuerdos concretos que nos evoca, por las vivencias que asociamos a ella. Por ejemplo, la música que nos gusta a varios compañeros de equipo, nos motivará para acudir a los entrenamientos en nuestros días más bajos.
A parte de utilizar la música en momentos previos, algunas modalidades deportivas permiten utilizarla de forma muy efectiva durante su práctica (natación, fondo, mountainbike, sesiones de gimnasio…) e incluso en competición. En estos casos nuestra percepción de la fatiga es menor (hasta ciertos niveles) pues nuestro cerebro, sin dejar de monitorizar nuestro esfuerzo, dispersa su atención entre esto y la música, ayudándonos así a un mayor rendimiento y a pesar de ello, generalmente, obteniendo un mayor disfrute.
Música y técnica
Nuestro propio cuerpo se desenvuelve constantemente, al igual que la música, obedeciendo criterios de ritmo y compás. Tenemos un ritmo cardíaco, caminamos con una cadencia, acompasamos nuestros brazos y piernas al caminar… Es por ello muy lógico que la música es una herramienta de gran ayuda tanto para lograr un mejor aprendizaje técnico como para ejecutar una técnica deportiva a un mejor nivel.
Llamamos ritmo a una serie de acciones o sonidos en un determinado periodo de tiempo que medimos en bits por minuto (bpm). Dado un ejercicio determinado, por ejemplo el bote de balón, podemos ejecutarlo a diferentes ritmos, alto, medio o bajo y entrenarlo con música a 160, 140 ó 120 bpm. No necesitamos una precisión total en la medición, podemos elegir la música por comparación.
A modo de ejemplo podemos ver en el siguiente video como entrena a sus jugadores Máximo Antonelli, exjugador profesional de baloncesto.
Esta clase de aprendizaje tiene la ventaja de dar como resultado una vez aprendida la técnica concreta, ejecuciones más rápidas e instintivas.
Otra forma de aprovechar la música es llevarla con nosotros allá donde queramos y nos ayude cuando la necesitemos. Al igual que en ocasiones se nos mete alguna canción en la cabeza y nos es difícil deshacernos de ella (despacito, poquito a poquito…) podemos darle la vuelta a esto y controlar esos temas que nos ayudan a una zancada, un pedaleo, una brazada óptima. No necesitaremos llevar ningún dispositivo encima, solo darle al “play” en nuestra cabeza.
Música para nuestro estado de ánimo
Casi todos hemos experimentado alguna vez como escuchando ciertas canciones (ej. “We are the champions”) o himnos nos reproducen sentimientos de acontecimientos pasados referentes a éxitos y gestas deportivas. De igual forma, cuando nos encontremos viviendo cualesquiera otras situaciones ideales, como tener la motivación adecuada para afrontar un partido, sentir sensación de control en una competición complicada, entrenar con fluidez y de manera efectiva…podemos asociarlas con nuestra música alegre preferida y así prolongar en el tiempo esos sentimientos.
Cuando es la tristeza la que sigue a nuestra actuación deportiva, cabe pensar que la música alegre nos ayudará a pasar más rápido el mal trago. Paradójicamente esto no es así. En estos casos nos encontramos en situaciones similares a lo que en psicología llamamos el duelo y la pérdida. Nuestro sistema emocional necesita de acompañamiento y comprensión, pues lo contrario nos producirá un conflicto interior. Por tanto, nos encontraremos más equilibrados si escuchamos música triste por un tiempo, en un entorno recogido. Así iremos curando nuestras “heridas emocionales” y progresivamente comenzaremos a escuchar música un poco más alegre hasta recuperar nuestro estado habitual.
Como hemos visto, más allá de la música motivante para hacer deporte, las posibilidades de utilizarla con muy diversos objetivos son tan amplias como los distintos sentimientos que causan a diferentes personas. Es una herramienta muy sencilla que da muy buenos resultados y además muy divertida de experimentar.