ZARAGOZA | El fútbol era un adiós esperado, un canto a uno de sus graderíos. La despedida de La Romareda tal y como la conocemos. Hubo emoción en la previa, un campo lleno de color. Y en la jornada del adiós, ante el Albacete, hubo un guiño de la historia. Un gol desde la grada. La lástima es que este equipo, para vencer, necesita convocar más de un milagro.
La primera parte no fue brava, hubo un punto de pereza en el fútbol, más pausa que intención, más método que ejecución. El Zaragoza mereció más y rondo la ocasión a través de Iván Azón, el destinatario perfecto de los centros de Fran Gámez.
En la jornada de su adiós hubo pasión, un recuerdo vibrante, también el sello que ha definido su paso por La Romareda. Gámez siempre pareció que tenía más cosas de las que le pedían. Pero puso su talento al servicio del equipo. Hoy jugó en un sitio que no era el suyo, pero lo hizo con profesionalidad y pleno de acierto. En la primera mitad, llenó el partido de centros. En la segunda, firmó una sociedad especial con Adrián Liso.
El chico merece capítulo aparte y la salvación no se explica sin su descubrimiento. Ante el Albacete hizo su vida sobre el carril, como un extremo de otro tiempo. Allí, en un lugar que ya no está de moda, mostró que sus cualidades son igual de útiles en el viejo fútbol y en el nuevo. En la segunda mitad especialmente, Liso encontró el regate y buscó el centro. En carrera es toda una estampida, una fuerza de la naturaleza. Centró y centró hasta derribar la resistencia del Albacete, hasta volcar el juego sobre su banda y la de Gámez.
Fue entonces cuando se produjo el fenómeno más especial del partido. La grada se levantó ante la rebeldía de Liso y entonó su cántico más célebre en los segundos anteriores a un córner. Moverse maños moverse, gritó todo el mundo. El ruido fue viento y espoleó al equipo. Tembló el Albacete y Mouriño resolvió en gol su barullo. Fue un gol feo y precioso a la vez. Extraño por lo que sucedió en el césped. Inolvidable por lo que se congregó en las gradas.
Conseguida la ventaja, el Zaragoza no buscó ampliarla. Siguió progresando por el carril de Liso, pero se aculó el resto del tiempo. Resolvió Gámez en mil duelos pero el Albacete llenó el partido de avisos. Tantos que se mascó el empate, como si las tragedias pudieran anticiparse. Francés, el mejor del curso, fue la víctima de la última maldición. Acostumbrado a estar en el sitio de los milagros, desvió a propia puerta el remate del Albacete.
Para que el final fuera más doloroso, ese final llegó en El Gol Sur, en el lugar del homenaje y del adiós. Desde la grada, se explicaron todas las cosas en este club, se celebraron los triunfos y se anticiparon las desgracias. También sucedió lo mismo en el último partido de la temporada. Cuando consiguió el empate el Albacete, alguien desde su butaca dijo lo que todos pensábamos: “se veía venir”.
Y el resultado ofrece otra conclusión. No basta con una grada incondicional, con una afición conmovedora. Es tiempo ya de que llegue un equipo que le acompañe.
Ficha técnica:
Real Zaragoza: Edgar Badia, Mouriño, Francés, Jair, Fran Gámez, Jaume Grau, Marc Aguado (Terrer 62’), Mollejo (Juan Sebastián 83’), Maikel Mesa (Manu Vallejo 62’), Liso, Azon (Sergi Enrich 46’)
Albacete Balompié: Altube, Álvaro Rodríguez (Carlos Isaac 70’), Djetei, Ros (Manu Fuster 87′), Jonathan Silva, Rai Marchan, Agus Medina, Antonio Pacheco (Fidel 70’), Olaetxea (Higinio 70’), Juanma García (Pedro Benito 80’), Quiles
Tarjetas amarillas: Álvaro Rodríguez 16’, Jaume Grau 70’
Goles: Mouriño 60’, Alejandro Francés (p.p) 89′