Giuliano Simeone tiene goles en la piel. El delantero argentino es hambre y entusiasmo, una lucha perpetua hacia la portería. En la temporada ha sumado cuatro tantos, ha cantado casi los mismos en fuera de juego y ha generado las mejores ocasiones del equipo. Su partido ante el Málaga lo demostró mejor que ningún otro: fue el principio y el final del ataque. Se estrelló casi siempre ante un portero inspirado, pero fue capaz de sumar el empate en su última oportunidad. Hubo un premio de consolación entre todos sus errores: la promesa de que sus goles ya han vuelto.
“Hoy hemos empatado por mi culpa. Me sabe muy mal. Tuve muchas situaciones y no pude ser más eficaz”. Así resumió su partido el delantero argentino ante los medios, con una carga de responsabilidad especial, en un ejercicio lleno de compromiso. El apellido no solo explica su llegada a la élite, sino también su comportamiento ante los medios. La insistencia durante todo el partido también le define: a pesar del error, de la sensación que tuvo de estar maldito, encontró una respuesta en el cierre del partido, un premio al que lo prueba.
Giuliano Simeone no marcaba desde el 4 de septiembre y en el tanto ante el Málaga dibujó la pista de los que vendrán después. Es un guerrero, un delantero sin reservas y, al mismo tiempo, un futbolista en plena formación. El salto de categorías le ha sentado bien, pero se nota especialmente en los metros finales. Allí le afectan todavía las prisas: debe afinar en la ejecución del pase o en la elección del remate. Y sobre todo, librarse de una ansiedad que le nubla ante el portero. Una vez que resuelva esos detalles, tendrá el mejor atajo del juego: las llaves del gol.
Desde el vestuario observan con admiración la evolución de Giuliano Simeone. Frustrado en pretemporada, demostró pronto que le sienta mejor la tensión del día a día, la fiebre de la competición. En Ponferrada se situó como el mayor argumento en ataque del equipo y ni siquiera su sequía le ha bajado de ese lugar. Listo en los rechaces y con recursos a campo abierto, el equipo mira su desmarque como la opción más válida de todas.
Bautizado como Luigi por sus amigos más cercanos en el vestuario, nadie sabe cuántos goles marcará pero sí que seguirá intentándolo, que se levantará tras el fallo. Esa fuerza interior parte de un susurro. Si en sus años como colchonero le llamaban `Giuli´ ahora se dice a sí mismo algo distinto: “No pares, Luigi”.