Edurne Pasaban tiene un antes y un después de sus 14 ‘ochomiles’. Sí. Pero sobre todo es el pequeño Max quien le cambió su vida hace casi tres años. El niño lo es todo para la tolosarra, estrella invitada al Banff Mountain Film Festival de Huesca. “Noraino maite duzu ama? Zeruetaino. ¿Hasta dónde quieres a mamá? Hasta el cielo”. Pregunta Edurne y responde su hijo. Max lo es todo.
La huella abierta por Pasaban con sus 14 ‘ochomiles’ sigue allí, pero es mucho más. La montaña, el alpinismo ajustado al máximo respeto ilumina su cara. Cuando habla de lo que hace el alemán Jost Kosbuch, solo, buscando la cima del Everest y siendo un veinteañero abre sus ojos en señal inequívoca de admiración. Está pendiente de cada paso de su amigo Alex Txikon en la misma montaña. Qué decir de Urubko en el Broad Peak. Admiración absoluta por el alpinista con nacionalidad rusa y polaca. Cuando se les pregunta por ellos responde así: “Los vigilo día a día para que no les pase nada (la entrevista a Edurne fue unos días antes del alud sobre Urubko del que salió ileso). Me he convertido en una madre. Lo que sufrían los que los dejábamos aquí, lo sufro ahora con estos”.
La búsqueda de la cima de Pasaban es una constante. Hoy, quizá, ha mutado en otras cosas. La cumbre no se queda solo en las montañas. También es la del proyecto educativo donde se encuentra inmersa en el Nepal más desconocido. Pasaban impulsa la educación en un territorio donde la mujer anda varios pasos por detrás. Donde las grandes montañas aparecen dominadas por mitos. Por eso, el intento de cumbre al Saipal, un precioso 7.000, y que se recoge en el documental ‘Chhaupadi’ combina la escalada con la emoción de buscar esa cumbre con cuatro mujeres de este territorio. La cinta recoge la tradición hindú de una sociedad que aparta a las mujeres durante los días que dura menstruación porque son consideradas impuras.
Edurne Pasaban habla con pasión. Atornilla cada frase con gestos elocuentes. Ese acento vasco, de la Guipúzcoa interior, que más que hablar parece que cante caracteriza cada entreceomillado. “Hay un himalayismo que busca los ochomiles con sentido, en invierno y rutas nuevas; y hay otro que busca esas cimas, pero es más comercial y triste”, explica de forma tajante..
Y pone como ejemplo de calidad a Jost Kobusch. ”Este es el himalayismo con cabeza, el que hemos vivido cuando empezaban las primeras expediciones. Que un chaval esté haciendo una ruta que no se ha repetido desde hace un montón de años, solo, sin oxígeno y con veintipico años. No sé si subirá (al Everets) pero que esté allí… Ya es himalayismo de alto copete”, subraya.
Con 15 años Edurne Pasaban se inició en la escalada en roca para un año después ascender por primera vez al Mont Blanc. Más tarde se enfrentaría a los Andes y en 1998 realizó su primer intento en el Himalaya (el Dhaulagiri); en 2001 alcanza la cima del Everest en su primera expedición. Y ese mismo año sufriría un duro revés cuando perdió a su amigo el aragonés Pepe Garcés en un nuevo intento al Dhaulagiri. Su carácter inquebrantable y sus cualidades innatas, la volvieron a colocar frente a la montaña, coronando un año después el complejo Makalu.
El 2003 la colocó en la elite al enlazar en el mismo año las cimas de tres ochomiles: Lhotse y los dos Gasherbrums, un logro conseguido por un número reducido de alpinistas y que la dejó como la española con más ochomiles coronados. La siguiente parada fue el K2 un año más tarde, en el 50 aniversario de su primera ascensión. Junto a un equipo del programa Al Filo de lo Imposible de TVE fue a una expedición donde el intenso frío y la complicación de los últimos tramos la dejaron exhausta y con los pies congelados. La aventura terminó en una larga y dolorosa recuperación en el hospital donde tuvieron que amputarles dos dedos de los pies.
Esta experiencia le hizo replantearse su futuro. Dos años después del K2 afrontó el Shisha Pangma, que fue un punto de inflexión en su carrera. No logró la cima, pero potenció su capacidad de liderazgo. En 2007 puso las botas sobre el Broad Peak y es a su regreso cuando decide que puede y quiere completar el desafío de los 14 ochomiles e intentar ser la primera mujer en lograrlo. Fue realidad en el 2010, al hacer cima en el Shisha Pangma.
Ahora Edurne Pasaban vive inmersa en la dualidad de su familia y la montaña. “Mi marido dice que soy bipolar. Una parte de mí dice que tengo que estar con mi hijo y cuando sigo a mis amigos me salen 50 expediciones”, dice abriendo los ojos. Instalados en el Valle de Arán, con montañas por todos los lados, cuando se le pregunta por su hijo y si le gustaría que siguiera sus pasos dice que “hará lo que quiera”. Luego, en el coloquio que hubo tras el documental ‘‘Chhaupadi’ desliza que no le haría gracia que fuera a los ‘ochomiles’. Ella sabe el alto riesgo de las grandes montañas.