ZARAGOZA | El Real Zaragoza perdió en el que un día fue su torneo. Lo hizo desde los once metros, ante una Vieja Romareda que no volverá a ver más Copas. El público aceptó la derrota, agachó la cabeza sin rabia, quizá ya acostumbrado a perder. El final del relato estuvo lleno de crueldad: Aitor Mañas falló el penalti decisivo en su estreno, en un debut que será algo parecido a un trauma.
Quedan vigentes algunas preguntas: ¿por qué el capitán de la plantilla o el máximo goleador del partido se escondieron en el momento de la verdad? ¿por qué se le encargó a un futbolista maldito un lugar en los cinco primeros lanzamientos? ¿por qué se le dio a un recién llegado el balón que más quema?
El partido merece un análisis concreto, amplio. Víctor Fernández ensayó un dibujo nuevo, que encontró a muchos futbolistas en su mejor contexto. Los tres centrales le dieron vuelo a Calero y Tasende, que ganaron el sitio de la profundidad y del centro. Toni Moya y Marc Aguado pudieron mandar en el juego: eligieron bien sus saltos, ordenaron al Zaragoza en un plan vertical y buscaron siempre un pase hacia delante. En el carril del 8 y del 10 aparecieron dos extremos con tendencia interna: Pau Sans agitó el partido con sus espasmos y su fútbol de calle, Adu Ares llegó para cambiarlo todo. También su suerte.
Fue el mejor Ares que se ha visto en La Romareda, autor de dos goles y de una gran primera parte. Se le vio ligero, elástico, dispuesto a llegar puntual a su remate en la primera oportunidad y a marcar en la segunda un gol que hasta ahora solo se le adivinaba. Minutos antes, el Zaragoza había tenido la eliminatoria en sus manos, pero Alberto Marí quiso para él un penalti que Adu había forzado. Falló a lo Djukic y el Granada remontó en dos acciones a balón parado, en dos centros muy mal defendidos.
Ares consiguió el gol de la noche, pero el Zaragoza ya había descubierto dos cosas: que era capaz de controlar el partido sin tener todo el tiempo el balón y que, a su vez, podía quebrarse en cualquier detalle. El Granada de Fran Escribá no se murió por ganar y aún así acabó haciéndolo desde la pelota parada. También pudo marcar dos veces a través de Diao, por mucho que la prórroga fuera, a los puntos y no a los goles, zaragocista.
Todo quedó para la tanda de penaltis, en la que se intercaló un silencio incómodo con los pitos. Clemente, negado y maldito, desperdició la ventaja que había dado Femenías. Luego, en la muerte súbita, la suerte parecía escrita. Mañas pareció víctima de la improvisación, también de un equipo que es pura tragedia. “Nos hemos marcado un Zaragoza”, se escuchó desde la grada. Y el equipo le dedicó un triste adiós a un torneo esencial en su historia. Su tragedia se escribió desde los once metros. Pena máxima.