Un pequeño rayo de luz asomaba ayer en el corazón de todos los zaragocistas llegada la tarde-noche. El club anunciaba la destitución de Alcaraz y la vuelta de Víctor Fernández al banquillo del municipal. Lucas se va como uno de los peores entrenadores de la historia del Real Zaragoza, en lo que a números se refiere. Nunca llegó a conectar ni con el equipo, ni con la afición. Tras sumar 5 puntos en ocho jornadas, la situación se había vuelto insostenible.
Si hablamos de Víctor Fernández, a todos nos viene a la cabeza otra época. Los penaltis contra el Celta, el gol de Nayim, la clasificación para la Copa de la UEFA en 2007… Tiempos mejores, no hay duda. Tiempos que ni siquiera yo viví. Quién le iba a decir al bueno de Víctor aquella mágica noche en mayo del 95 que la Recopa no iba a ser su mayor gesta. El destino, el fútbol, o lo que fuere, le había reservado un cometido aún mayor: salvar de la desaparición al equipo que le dio todo.
Los problemas de casa los solucionan los de casa. Esta premisa se le pasó por la cabeza a más de un aficionado tras el anuncio oficial de la vuelta de Víctor. El entrenador inicia, de este modo, su tercera etapa en el club maño. El club de su vida. Viene tras varios años de inactividad, pero con la misma ilusión de un chaval que empieza en el oficio. O más. Con la ilusión de aquel joven zaragozano que cogió al Real Zaragoza en la 91/92 y lo salvó en una agónica promoción frente al Murcia. O más. Sin duda, estamos en las mejores manos. Víctor se arriesga, tiene mucho que perder y muy poco que ganar. Pero, como ya se sabe, el que no arriesga no gana.