La desorganización tuvo lugar en una cita demasiado ansiada. Ansiada por saber que el Sporting había perdido y, por tanto, por ser consciente que ganar supondría poner pie y medio en Primera División. El viento remarcó esas desmesuradas ganas de los azulgranas por marcar pronto, por ponerse por delante cuanto antes, por pasar de la excitación a la más absoluta tranquilidad.
Y la verdad es que en ningún instante del partido la hubo. Primero porque fue el Alcorcón quien se adelantó y, segundo, porque el Huesca, en esta ocasión, no le dio la vuelta al marcador; tuvo ese pequeño tramo en el que hasta la fecha estaba solventando sus remontadas pero ‘Chimy’ se encontró con el larguero y Jair, poco después, con la pierna de un zaguero alfarero.
El Huesca perdió (en sentido metafórico) el partido. Echó por tierra su primera gran oportunidad y Rubi dejó claro en sala de prensa por qué. El Alcorcón sorprendió a propios y extraños por el trato que le ofreció al cuero pero al que más iba desconcertando era al propio Huesca. Que solo pensaba en tenerlo; que solo quería robarlo cuando no debía. Y así, en lugar de pretender no ser superado y ponerle cabeza a sus acciones sin balón, los azulgranas crecían en tensión y perdían el norte.
El cuadro oscense no supo ponerle pausa a un encuentro de un ritmo frenético en el que se llegaba a zonas de peligro muy rápido y de forma sorprendentemente asequible por la parte visitante. Álvaro Giménez, gigante, permitió que el Alcorcón se instalase una y otra vez en terreno oscense y que no dejaran de asociarse los Nono, Peña, Bruno Gama y compañía; y presionó arriba una salida azulgrana siempre escasa de claridad.
En El Alcoraz terminó imperando el guion de siempre, muy similar al de los últimos compromisos, sobre todo en el feudo local: se sobrepuso el orgullo pero no fue suficiente. Aunque, por suerte y extraño que parezca, el punto sí.