Estos días andaba leyendo un libro de superación personal de un tipo mexicano y sin querer evitarlo me llevó a la figura de Leo Franco. Ese actor, escritor, director y productor detallaba las dificultades que existen en la vida. Es seguramente uno de los mejores motivadores que he conocido y tras escucharle expresar con tanta clarividencia las inquietudes que tenemos como seres humanos, asistí a un ejercicio de crecimiento mental y personal reconfortante. Hay pensamientos que no concuerdan con mis valores, pero aprendí que la vida es un lugar injusto, pero a la vez maravilloso. Porque viene a decirnos que no siempre que uno quiere, puede. Porque no todos hemos nacido con las cualidades suficientes para ser lo que queramos y que cuando éstas se dan, cuando estamos a punto de conseguirlo y además tenemos los medios para ello, todo se puede torcer. Porque la vida no es justa, y cuanto antes lo comprendamos mucho mejor nos irán las cosas. Pero a pesar de ello estamos aquí y tenemos un montón de razones para vivir y disfrutarla.
Pero aquí no estoy para hablar de la vida, ni de la superación personal y sí para tratar de entender que el camino hacia el éxito viene marcado por nuestras capacidades. Y que no sólo basta con trabajar, también es fundamental formarse, poseer habilidades, una pizca de fortuna, fe, convicción, conocer nuestras limitaciones y explotar nuestras virtudes. Quién creyó en Leo Franco no me cabe la menor duda que quiere mucho a la SD Huesca, y también me niego a pensar que hiciera las cosas sin cavilar y meditar. Pero cuando algo no funciona, cuando le ves superado, cuando intuyes que su mensaje no llega, lo mejor es ayudarle. Y Leo necesita ser ayudado, y necesita un entorno donde su equivocación tenga cabida y donde la reiteración sea lo suficientemente permisiva para que vaya acompañada de aprendizaje. Por más golpes que uno recibe, no siempre acaba aprendiendo. Si no tienes el tiempo suficiente para asimilarlos no te habrán ayudado y, en la mayoría de casos, incluso puedes verte aniquilado.
Nadie nace enseñado y nadie es ajeno al error. Equivocarse es de humanos, pero reincidir en las conductas equivocadas es fruto de la inconsciencia o mucho peor, de la mediocridad. Esta herida necesita sutura, es demasiada hemorragia para seguir con tratamientos paliativos. Las despedidas nunca son buenas, pero si no llega corremos el peligro de llevarnos por delante la semilla heredada del pasado. Un pasado brillante con unos jugadores extraordinarios. Una forma de jugar que enamoró y resultó efectiva. Seguramente sonará demasiado obvio pero igual no era necesario cambiar casi nada, igual la virtud era potenciar lo heredado. Pero a tenor de lo visto algo de todo esto no ha funcionado. Está claro que en algo se ha fallado y a buen seguro hay más de un responsable, pero la solución más sencilla, más cabal, es variar el rumbo. El barco navega a la deriva y aunque en la ruta de viaje estuviera perfectamente estudiada esta posibilidad, la dignidad y el sentido común merecen que se busque ya una alternativa. El mejor legado de un entrenador es hacer mejores a sus futbolistas, y está claro que el objetivo en este tramo no se ha conseguido.
“Fieles sí, pero también reconocibles. Si hemos de caer, hagámoslo con honores”
Ahora sería fácil señalar culpables y pedir sus cabezas, pero me da que no estamos ni en tiempo ni en situación para ello. El principal esfuerzo de todos debe ser recuperar la identidad perdida. Esa identidad que nos llevó a ser fieles a nuestro lema. Que nos permitió asomarnos al alero de la mejor liga del mundo y que sabiendo quiénes éramos, permitió que soñáramos con pelear con casi cualquiera. Caerse está permitido, una y mil veces si es necesario, pero en el camino no dejemos a cada paso damnificados. Fieles sí, pero también reconocibles. Si hemos de caer, hagámoslo con honores. Es fundamental recordar quiénes somos y de dónde venimos, pero sin que ello suponga evadirse de la realidad. Y la realidad dice que estamos sufriendo y que seguramente no merecemos tal agonía. Pero la vida no es justa, es importante que lo recordemos.
Y con respecto a Leo, esa persona educada, risueña, un trabajador con ambiciones, soñador por derecho y un excelente compañero, le deseo que le den la oportunidad de formar su identidad, de conocer al Leo gestor, al futuro entrenador. Y que le doten de un lugar adecuado, que le permita explorar, le permita probar, sin necesidad de jugarse a cada paso el pescuezo. Primero formar para luego exigirse, y pasados los años asumir un reto mayúsculo con el mayor de los conocimientos. Este es el ‘abc’ que todo entrenador debería seguir, eso, o haber nacido con un talento innato y una arrolladora personalidad. Su salida no debe suponer ningún fracaso y sí una experiencia más en su aprendizaje. Al final puede considerarse un privilegiado. Pocos han sido los técnicos que en el año de su debut hayan arrancado de tan arriba, con tanto vuelo. Un aprendizaje marcado por una irrupción en el mundo técnico-profesional demasiado ambiciosa, seguramente demasiado precipitada. Nunca es tarde si la dicha es buena. Porque querer no siempre es poder, querido Leo, o al menos en este preciso momento.