ZARAGOZA | Francho Serrano cerró el triunfo del Real Zaragoza ante el Villarreal B de volea, en uno de esos goles que cuentan muchas cosas. La jugada fue chapucera en su inicio y su desarrollo, pero terminó de la mejor forma, con un golpeo brusco y limpio.
El balón acabó en el punto en el que terminan las mejores historias en este juego: en la red. Allí empezó otra película, una celebración sentimental. A su tradicional imitación del zorro, le siguió una postal que le acompañará siempre. Zaragozano y zaragocista, acarició y besó el escudo, en un gesto que le define mejor que ningún otro.
Serrano siempre soñó con jugar en La Romareda, el campo que podía ver desde su casa. De niño, la llamada del Real Zaragoza le pilló por sorpresa. Entonces le pidió a su padre que no bromeara, porque para él no había nada más serio que jugar en el equipo de su ciudad. Mediocampista posicional en sus años de formación, pensó que su evolución pasaba por ser un futbolista distinto al que había sido hasta entonces. Se convirtió en un jugador de ida y vuelta, un conductor del juego: ahora es un interior con mil kilómetros en sus piernas.
Sin ser el futbolista más vistoso, en todos sus arranques hay una intención y un valor especial. Ha encontrado su ruta en los partidos, cerca del perfil diestro. Conduce y sorprende, en el espacio entre lateral y central, para desordenar los partidos. Desde allí busca el centro y medita el disparo. Quizá porque ha entendido que el siguiente paso en su crecimiento será pisar con más frecuencia el área, mejorar su disparo y marcar los goles que se reservan para otros.
Se le ve feliz, en plenitud física, convencido por Fran Escribá y por David Generelo. El que fuera mediocampista del Real Zaragoza le enseña desde hace tiempo las claves de un llegador, los secretos que se escriben en las áreas. Francho asume su responsabilidad y acumula los sueños que hace unos años no se atrevió a tener. Mientras tanto, le sigue sorprendiendo que los niños zaragocistas quieran ser como él.