ZARAGOZA | Rafinha Baldrés es una cara conocida del fútbol aragonés. Mejor futbolista de Tercera División en el curso pasado, ha dado el salto al Inter Escaldes andorrano. Su talento siempre pareció de otra categoría y su fútbol reúne virtudes que nunca deberían extinguirse: regate, descaro y talento.
En esta amplia entrevista, Baldrés se suelta más que nunca y repasa toda su carrera. Su condición de niño prodigio, sus experiencias en el Liverpool, Everton o Celtic de Glasgow, sus años en el Espanyol y sus temporadas en Aragón. En Andorra busca una última oportunidad de alcanzar el fútbol profesional, una nueva revancha.
Inicios
¿Cómo empezó tu historia?
Con tres años empecé a jugar en Santa Isabel, al fútbol sala. Casi no podía ni correr ni darle al balón. Me pegué todo el verano diciéndole a mi padre que me apuntara a fútbol. Fui tan pesado que al final lo hizo. Una de las primeras imágenes de mi vida es de un ejercicio en el que había que seguir una línea de banda. El balón se me iba para todos lados.
¿Qué importancia tuvo tu padre en tu elección?
Él jugó en el Zaragoza, en juveniles. Era un líbero clásico, de los que había en la época. No llegó a pasar a senior. Mi madre es brasileña y mi abuelo materno sí que jugó en la Primera División de allí. Le llamaban Zeca. Jugaba de central, era alto y fuerte, e hizo carrera en Brasil.
También tu abuelo paterno es una persona conocida en Zaragoza…
Mi abuelo es una persona singular. Tiene muchas historias, se podría escribir un libro sobre él. Ha tenido muchos negocios, bares, discotecas… Es bastante conocido en la zona. Fue promotor musical y llegó a tener BarBalMusic como uno de sus negocios. En sus discotecas vino gente muy importante, auténticas estrellas, como Rocío Jurado o Julio Iglesias. También se dedicó a la compraventa de coches y alguno de los primeros Ferraris y Porches que se vieron en Zaragoza eran suyos.
Seguimos con tu carrera. ¿El fútbol sala fue el primer paso?
Sí, empecé con esos tres años. Era de finales de año y al principio me costó que me incluyeran en el equipo de Santa Isabel. Allí estuve hasta los siete. Pasé por la selección aragonesa y después me reclutó el Amistad. Era alguien muy distinto del que fui luego: jugaba de cierre. Repartía juego y manejaba al equipo.
Los goles no tardaron en llegar…
Sí, en el Amistad. A partir de benjamines empecé a marcar y en alevines e infantiles me convertí en un jugador de ataque. Entonces encontré el sitio en el que más cómodo me he sentido siempre: en la banda. Fui muy feliz en ese club, hicimos viajes, jugamos torneos importantes y siempre pude destacar. En aquel tiempo no había categorías de esa edad del Real Zaragoza y nosotros representábamos al equipo de la ciudad, con el nombre de Zaragoza Amistad.
UD Amistad
¿Por qué fue tan especial el Amistad?
A los pocos años de llegar, mi padre entró en la directiva. Me pasaba las horas en aquel campo de fútbol. Había fines de semana en los que jugaba dos y tres partidos. Íbamos por la mañana y me preguntaban si quería jugar en lugar de alguien que había faltado. Siempre me enfrentaba a chicos más mayores que yo. Tenía ficha de alevines y jugaba con infantiles y cadetes. Los sábados me ponía a jugar por la mañana cuando a mi equipo le tocaba hacerlo por la tarde.
¿Ha sido esa una constante?
Sí. En mi segundo año de alevín, Iván Martínez llevaba esa categoría y el Liga Nacional. Yo era alevín e hice la pretemporada con el juvenil del Amistad. A la gente le sorprendía: con el balón no había tanta diferencia. Físicamente sí que era evidente, pero el balón nos igualaba a todos. Como estaba siempre en el campo, si al División de Honor Cadete le faltaba un lateral, me preguntaban si quería entrar yo. Ya sabían la respuesta: yo solo pensaba en el fútbol.
¿Qué aprendiste en aquellos tiempos muertos, mientras esperabas en el campo a que llegara la hora de tu entrenamiento?
Lo aprendí casi todo. Jugar en tierra es una de las cosas que más le han ayudado a mi fútbol. El balón botaba de manera irregular y te obligaba a buscar soluciones sobre la marcha. Se ha perdido ese tipo de jugador y el instinto más puro del futbolista. A veces antes de entrenar me iba a una pista en Torrero, jugaba con gente a la que apenas conocía, más fuerte y mucho mayor que yo. Me ayudó mucho.
¿Quién era tu ídolo entonces?
Robinho. Acababa de llegar al Madrid y me quería parecer a él. Víctor Gumiel fue uno de mis primeros entrenadores en el Amistad y me llamaba “bicicletas”. Me quedaba parado y siempre escondía el balón con ese recurso. En el Amistad las ensayaba a todas horas y, si no había rival, regateaba a las piedras.
¿Cómo es posible que nunca hayas pasado por la cantera del Real Zaragoza?
En mis años en el Amistad, siempre tuve ofertas para entrar en La Ciudad Deportiva. Pero estaba con mis amigos, feliz y nunca pensé en otra cosa que disfrutar. En ese tiempo conocí a Aarón Abad, que es ya un amigo para toda la vida, y con el que he vuelto a coincidir muchas más veces en el fútbol. Entonces solo quería jugar y divertirme. Todavía lo hago.
El salto al Espanyol
¿Después del Amistad llegó el Espanyol?
En mi segundo año de cadete, hicimos un torneo en Barcelona, la Copa Coca Cola. Nosotros jugábamos con el Amistad y después de eliminarnos, entré en la selección aragonesa. Xavi Aguado era el seleccionador. Me llamó y fuimos a jugar. Estaban Barça, Espanyol y algunos equipos de Sevilla. Caímos eliminados en la liguilla, pero jugué muy bien. En tres partidos, marqué 4 o 5 goles. Preguntaron quién era el padre del 7 de la selección aragonesa y después le hicieron una entrevista. Fue entonces cuando me fichó el Espanyol. Fui una apuesta personal de Jordi Lardín, que acababa de llegar como director deportivo. Siempre creyó mucho en mí.
No era la primera vez que salías de Zaragoza…
No. En infantiles me llamó el Valencia y jugué algunos partidos con ellos. Creo que no era el momento, no estaba preparado para ir tan joven allí.
Un viaje a Liverpool
¿Tuviste una experiencia en Inglaterra?
Sí, con el Everton y el Liverpool. Cuando iba a firmar, se limitó la contratación de menores de 16 años, en una ley que afectó a Barcelona y Real Madrid muy pronto. Por eso ninguno de los dos equipos se atrevió a cerrar mi llegada a Inglaterra.
¿Quién te llevó para allí?
Paul Hodges. Fue el mismo que llevó a Roberto Martínez, Jesús Seba e Isidro Díaz a Inglaterra, al Wigan, en la historia de los Three amigos. Lo conozco desde que soy niño y siempre me ha tratado como si fuera su hijo. Tenía muchos contactos ahí y consiguió que Everton y Liverpool se fijaran en mí.
¿Con quién coincidiste?
Jugué con Raheem Sterling, Suso, Óscar Huertas… Estuve cuatro meses entre los dos equipos y dieron para mucho. Reconozco que no fui a ver ningún partido, ni en Goodison Park ni en Anfield Road. Me centré en los entrenamientos y en los amistosos que pude jugar. En aquel tiempo en el fútbol inglés no había regateadores puros y les gustaba mucho mi forma de jugar, mis bicicletas y mi tendencia a encarar siempre. Me querían firmar por eso. Después de mis pruebas con el Everton, Paul Hodges se puso en contacto con el Liverpool y estuve en su cantera otro par de meses. Coincidí con Steerling y con otros que es probable que hayan llegado pero de los ya no me acuerdo. Entonces no me veía inferior a nadie. Pero de Steerling es imposible olvidarse. Era una bomba. Más rápido que inmediato, más veloz de lo que parece ahora en televisión.
Los torneos internacionales siempre te dieron mucho, ¿jugar contra equipos de otras comunidades y otros países te hacía mejorar?
Sí, era una experiencia bonita. Recuerdo que cuando jugaba en el Espanyol tenía duelos bonitos con Cucurella. También me enfrenté a Achraf Hakimi, que ya estaba en el Madrid. Unos años antes, cuando estaba en el Amistad jugamos un torneo en Andorra y nos medimos al Espanyol. Después llegué a su cantera y mi padre no paraba de decirme que me había enfrentado a uno de mis nuevos compañeros. Era Pablo Maffeo. Y Pablo también se acordaba de mí.
Van Dijk y el Celtic de Glasgow
Esos meses en Liverpool no fueron tus únicas experiencias en Las Islas Británicas…
Después de mi etapa en el Espanyol, el Celtic de Glasgow se fijó en mí. Estuve otro par de meses. Coincidí con Van Dijk, Kieran Terney o Alan Thompson, que ha sido una leyenda allí. Tenía 17 o 18 años. Llegué una pretemporada. La primera semana estuve con los de mi edad, sub18. Entrené y jugamos un partido ese fin de semana. Marqué dos goles. Se sorprendieron y me pusieron con sub23. En el siguiente partido, marqué un gol y di una asistencia. Entonces me pusieron a entrenar con el primer equipo, con Van Dijk y toda esa gente.
¿Cómo lo recuerdas?
Fue una locura. Era un ambiente profesional, otro nivel. Ensayábamos los desplazamientos en largo: el balón tenía que rozar el suelo sin llegar a tocarlo, como si levitara. Me acuerdo de ese sonido. Se hacían entrenamientos específicos para el golpeo, por eso le pegan tan bien. Recuerdo los ensayos: pelotazo desde detrás de la portería, control y disparo desde muy lejos. Se practicaba eso todo el tiempo… Y, por ir a lo concreto, Van Dijk ya era impresionante, una bestia, destacaba muchísimo entre jugadores de otro nivel.
¿Ibas a firmar?
Sí, estuve a punto, pero por motivos contractuales no pude hacerlo. El Espanyol reclamó mucho dinero por derechos de formación y el Celtic no quiso pagarlo.
¿Qué pasó después?
Volví a España y estuve un tiempo sin jugar hasta que firmé en el Mallorca. Fue un mal año. No conseguí ser importante en el equipo, no marqué goles. Querían cederme a un filial que tenían allí, pero yo no quise estar otra vez lejos de casa. Regresé de nuevo a Zaragoza, estuve otro tiempo sin jugar, buscando equipo y empecé a firmar por clubes de la zona.
Un nombre en el fútbol aragonés
¿Qué tal te sentó tu llegada al fútbol de Tercera?
El primer paso fue La Almunia. Llegué con la temporada empezada, con 8 o 9 partidos jugados. Me dijeron que fuera a entrenar, la gente no me situaba del todo. Me conocían del fútbol base pero había pasado mucho tiempo desde entonces, los años anteriores había estado en Cataluña. En La Almunia, uno de los primeros ejercicios fue un uno contra uno. Me la echaron y, a campo abierto, me fui con cierta facilidad. “Cómo no te vamos a firmar”, me dijeron.
¿Cómo recuerdas esa experiencia?
Fue un año bueno. Conseguimos salvar la categoría, algo que La Almunia nunca habían hecho. Sin ser titular siempre, hice buenos números. Era un equipo de guerrear, de lucha, que buscaba los pelotazos a la espalda. Venía del Espanyol o del Mallorca, de un juego distinto, de filiales, que siempre tenían la intención de sacar el balón desde atrás. Fue un cambio brutal. Ese año me enseñó mucho del fútbol senior, me curtió.
Después llegó la llamada de José Mari Barba y el Almudévar…
Sí, recuerdo que empecé bien, pero que la cosa no acabó de la misma manera. Tuve algún roce con el entrenador. Llegábamos al campo del Andorra, era titular, marcaba dos goles y me sustituía en el minuto 60. En casa con el Robres pasó lo mismo. Nunca nos entendimos…
¿Coincidiste con Pep Biel?
Sí, sin ser superior a nadie físicamente, tenía un golpeo espectacular. También estaba Kilian Grant, con el que he vuelto a encontrarme ahora. Biel hizo muy buenos números, marcó bastantes goles y de ahí llegó al Real Zaragoza.
Un camino junto a Rubén Zapater
Todo tomó sentido en el Utebo. Conociste a Rubén Zapater, justo en el punto en el que te estabas dejando llevar…
Exacto. Zapater fue el segundo entrenador de la temporada. Antes había estado con Victor Gumiel, que había sido mi entrenador en benjamines, y que me llamó para su Utebo. En ese primer tramo las cosas no fueron bien, los resultados no eran buenos. Había buen equipo, pero nos costaba mucho demostrarlo. Con pocos puntos de margen sobre el descenso, en Navidades se produjo el cambio en los banquillos. Llegó Rubén Zapater.
¿Cómo fue la primera impresión?
Cuando él llegó, yo no era importante. En los dos primeros partidos jugué solo cinco minutos. Pensé que me iba a pegar toda la temporada sin jugar. Pero hicimos un amistoso en casa contra el Alagón. Marqué dos goles y pude mostrarle mi juego. Rubén me dijo: “Si corres sin balón y trabajas, conmigo jugarás”. Desde entonces, con él todo ha ido espectacular.
¿Es el entrenador que mejor te ha entendido?
Sin lugar a dudas. Creo que es el entrenador con el que más he rendido, con el que mejor he jugado. Los números lo demuestran. Llegó él y en 10 partidos marqué 9 goles, di 5 o 6 asistencias. Al equipo le costó mucho, pero logramos salir del pozo.
Y llegó la famosa hernia…
(Ríe) Sí, se podría decir que fue una hernia bastante famosa. Creo que ya lo puedo contar. Con el dinero que se gana en Tercera División, no se puede vivir solo del fútbol. Trabajaba en una tienda de deportes y no sé qué pasó en mi abdomen, pero me salió una hernia umbilical. Pedí la baja en la tienda pero no dejé de jugar al fútbol. Rubén me decía: “a jugar” y lo hice mejor que nunca. Marcaba dos goles y salía en portada y en todos los titulares de Heraldo Afición. Pasó dos o tres veces y nunca supe si en la tienda no se dieron cuenta o hicieron la vista gorda.
¿Pudiste jugar con una hernia?
Para que no se me saliera el bulto mientras jugaba, me hacia una especie de cinturón de unos tres centímetros a la altura del ombligo. Me ponían algodón para que no brotara. Ese año volví a coincidir con Aarón Abad y jugué también con Samu Cardo. Ellos aún siguen diciendo que le debo muchos goles a esa hernia.
Entre Ejea y Utebo
¿Esa segunda vuelta te permitió saltar de categoría, al Ejea?
Después de terminar la temporada con Rubén, me llamó el Ejea. En pretemporada estuve en el Utebo y la gente me decía que me iba a llamar un Segunda B. Al final del verano, me llamó Rafa Santos. Era el boom del Ejea, estaba pagando mucho dinero y acababa de llegar Miguel Linares y Javi Álamo. Me dijeron que fuera a entrenar y que si le gustaba al míster, me quedaría. Se lo dije a Rubén y entendió que era una oportunidad para mí.
Aquel Ejea estaba en la antigua Segunda B, pero no lograste consolidarte…
En el Ejea entraba, salía, no llegaba a ser titularísimo. Y en navidades pedí la cesión. No lograba ser protagonista y a mí me gusta ser importante. Me gusta sentir presión para jugar. Volví con Rubén, que me esperaba con los brazos abiertos. Habían hecho muy buena temporada, pero en ese punto les estaba costando un poco más, les faltaba frescura arriba. Y me vino bien otra vez. Recuerdo que en los dos primeros partidos me costó mucho. Rubén me lo decía: “No estás”, me decía que estaba muy fuerte, que tenía que bajar un poco de peso. Y así fue. Bajé un kilo y medio y volé, logré marcar diferencias. Conseguimos meternos en playoff.
Zapater siempre habla de ese partido…
Creo que lo va a hacer en todos los equipos en los que esté. Estábamos en la pelea con el playoff y fuimos a Sabiñánigo. Teníamos que ganar para entrar en las eliminatorias. Marqué el primero y nos remontaron. El Barbastro iba ganando y nos quedábamos fuera del playoff. En la segunda parte, me dieron un balón a la espalda y, solo contra el portero, definí bien para empatar.
¿Cómo acabó esa historia?
Con las tablas, en el minuto 89, llegó un córner a favor de ellos. Su remate pegó en el palo y el balón salió rebotado hacia mí, que estaba en el borde del área. Vi que me venía un rival hacia el balón. No quería acabar la jugada, quería acabar conmigo. La dejé pasar sin tocarla y él pasó de largo. Rubén siempre recuerda que cogí el balón, aceleré y que ellos no me podían coger a mí. Me planté solo contra el portero. Tenía un compañero al lado, pero en cuanto empecé a correr en mi cabeza solo pensaba: “Esta la termino”. Marqué y conseguimos entrar en playoff.
El primero de los dos que has jugado
Logramos pasar la primera ronda ante el Barbastro y luego perdimos la final contra el Cuarte. En aquel momento el equipo era un muro, era muy complicado que nos marcaran. Samu Cardo estaba de mediapunta y arriba jugábamos Nacho Lafita, Ramón Murillo y yo. Pero lo mejor que tenía aquel equipo era el sistema defensivo. Conseguimos ponernos 0-2 en Cuarte, pero contra pronóstico nos dieron la vuelta. Falló lo mejor que teníamos: la solidez defensiva. Y luego aún tuvimos oportunidades para marcar en la prórroga pero no conseguimos hacerlo. Así se acabó esa temporada.
¿Por qué tu regreso al Ejea se quedó a medias?
Cuando llegué querían que me quedase. Hice muy buenos números en pretemporada. Pero apareció Néstor Pérez, con el que no conseguí congeniar mucho. En ese mes previo al inicio de la competición, fui uno de los máximos goleadores. Faltaba un día de mercado y me dijeron que no contaban conmigo.
El Épila lo cambió todo
Después del Barbastro, llegó el proyecto del Épila…
Había vivido un año complicado en Barbastro y me volvió a llamar Rubén Zapater. Me dijo que íbamos a hacer buen proyecto, para intentar estar entre los 8 primeros. Recuerdo que una noche conocí a Pablo Casabona, que acaba de firmar con Zapater como preparador técnico. En su mesa estaban también muchos periodistas jóvenes (ríe). Pablo insistió tanto que antes de que acabara la noche ya me había convencido del todo. Zapater hizo el resto.
¿Cómo han sido estas dos temporadas en Épila?
Han sido brutales. Creo que Utebo y Épila han sido los dos sitios en los que más he disfrutado. A Utebo volvería sin dudarlo, siempre me encontré muy cómodo. En Épila, en lo deportivo todo ha salido muy bien, con grandes compañeros y buenos amigos. Conseguí que me dieran el premio a mejor jugador de Tercera División. El primer año no logramos meternos en playoff, después de una primera vuelta increíble, pero nos quitamos esa espinita en la siguiente.
Contasteis la historia al revés, leistéis el libro desde la última página…
El año pasado no perdimos en toda la primera vuelta, pero nos caímos y no conseguimos ganar más que un partido a partir de enero. Esta vez nos costó empezar, pero hemos sido el mejor equipo de la segunda vuelta. En los primeros seis o siete partidos no jugué, estuve con ciática. No era la primera vez que me pasaba pero sí la vez que más tiempo me ha tenido parado. No pude hacer pretemporada, no podía correr y los fisios no daban con la tecla. El arranque del equipo no fue un desastre, pero no conseguimos números para estar arriba. Me costó empezar, pero a partir del tercer o cuarto partido, todo volvió a fluir. Hice buenos números y cumplí un pronóstico de Miguel Manau, mi compañero. Me dijo que si llegaba a las dobles parejas, estaríamos en playoff. Así fue.
La prueba en Andorra
¿Cuál es tu siguiente paso?
Voy a probar a Andorra. Estoy contento, creo que será una liga importante en mi desarrollo, que puede servir como un puente hacia el fútbol profesional. Después de mucho tiempo, con este contrato voy a poder vivir del fútbol. Entreno por las mañanas, voy al gimnasio por las tardes y el resto del tiempo descanso total. Esa dedicación se nota mucho. Otros jugadores no lo sé, pero a mí en muchos partidos se me iba la cabeza y pensaba cosas que no eran del juego, sino de mis trabajos. En Andorra me ha sorprendido el ritmo de los entrenamientos, el nivel de profesionalidad. Creo que cuando me adapte a esa rutina, me irá bien.
¿Qué le debe Rafinha Baldrés al fútbol?
Mucho. Me ha enseñado a ser disciplinado, a comprometerme con un equipo y unos valores. Y lo mejor que me ha dado el fútbol son los amigos que he hecho en el camino, son para toda la vida.
¿Qué le debe el fútbol a Rafinha Baldrés?
Una última oportunidad como esta, la del Inter D´Escaldes. Por todo el tiempo que he estado lejos de mi casa, por el esfuerzo que he hecho y por los números que he conseguido. Creo que son cifras que valen para tener una ocasión como la que me ha llegado desde Andorra. Nuestro equipo se ha clasificado para las rondas previas de la Conference League. Nunca se ha conseguido pasar dos rondas consecutivas… y ojalá podamos hacer historia.
Antes de cerrar volvemos a tus años en Liverpool, ahí se jugó un amistoso del que siempre hablas…
Sí, apareció Joe Royle, que había sido uno de los máximos goleadores de la historia del Everton. Es una institución del fútbol inglés, una eminencia. Se paró en la puerta y le trataban como si fuera un rey. En cuanto llegó, la seguridad solo se preocupó de que estuviera bien. En aquel partido jugué muy bien, marqué dos goles y asistí en otro. Tuve el tercero fácil, pero decidí complicarme la vida: regateé al portero, a un defensa y disparé al palo. Al acabar el partido, Paul Hodges le pidió su opinión sobre mí a Joe Royle: “Muy bueno. Le falta hambre”, contestó.
¿Tenía razón?
La verdad es que sí. Puede ser que el hambre haya llegado más tarde.