ZARAGOZA | El fútbol se detuvo en el minuto 49 en La Romareda. Las miradas se congelaron en Raúl Guti, caído tras rematar al palo. Ahí había terminado la mejor jugada del Real Zaragoza en el partido. En el punto exacto en el que las historias pudieron ser perfectas, los sueños se quebraron. Si el partido puede explicarse a través de Guti, también una acción que después de estar en el museo, acabó en tragedia.
El canterano fue el principio y el final de la escena, también de todas las cosas que pasaron luego. La ilusión del inicio, el pánico de entonces, el lamento del después. Guti lo empezó todo con una recuperación a 60 metros de la portería rival, que fue el pistoletazo de salida, el inicio de una contra perfecta. En ella mediaron los toques de Iván Azón y Maikel Mesa. El pase de Toni Moya, la carrera y la apertura de Francho Serrano.
Todo desembocó en un centro de Akim Zedadka, que había ganado el carril a una velocidad distinta, mientras Cote le miraba como si hiciera trampas. El argelino dejó suave el balón en el área, en el punto exacto en el que podría haber acabado la jugada.
En el costado contrario, Guti llevaba una carrera paralela. Durante muchos metros, nadie le miró, como si no hubiera sido invitado a su propia fiesta. El canterano creyó y aceleró mientras por el perfil opuesto Akim era veloz, casi un hijo del viento. Nadie parecía haber atendido su llegada, pero Maikel Mesa tuvo ojos en su espalda.
El canario dejó pasar el balón para Guti, que creyó por un segundo que el cuento tendría el más feliz de todos los finales. Rivera lo interrumpió entonces. Llegó sin aparente mala intención, pero sí a la desesperada. Con su entrada, logró entorpecer el remate del 10 y jugó con el penalti. Pero lo peor no fue lo que ocurrió a primera vista, sino lo que vimos luego. El daño colateral no pudo ser más doloroso: el impacto hizo que la rodilla de Guti estallara.
15 segundos después de haber iniciado la jugada, el fútbol mostró las dos caras de la historia. El relato imaginado y el desenlace fatal. En ese tiempo concreto, Guti recorrió la distancia que hay entre el éxito y el lamento, la distancia que separa la felicidad de las lágrimas.
En una metáfora de lo que ha sido su regreso, Guti intentó volver a jugar con la rótula fracturada. Tardó 4 minutos más en rendirse, en ver que la lesión era de extrema gravedad. El diagnóstico que llegó más tarde confirmó un pronóstico definitivo, que le hará pasar hoy por el quirófano.
Algunos pensaron ayer en el primero de sus estrenos, contra el Tenerife en 2017. En su debut, marcó. Y ya mostró entonces que es un jugador con ángel, con música en todos sus golpeos. Muchos años después, bordeó un regreso perfecto, soñado, casi de cuento. La historia se truncó en un instante y en el estadio se recordará siempre su marcha del campo, un camino de lágrimas. Si la lesión congeló la atmósfera, hoy conviene recordar que ya falta un día menos para que vuelva.
Guti, que se fue sin irse del todo, se merece un tercer debut en La Romareda. Y el fútbol le reserva para entonces una historia de película. Un relato que dure para siempre.