ZARAGOZA | En la oscura inmensidad del océano, los marineros encuentran un resquicio de luz y tranquilidad en los faros. Una pequeña dosis de alivio en contextos complicados que ayuda a guiar la expedición y a evitar todo tipo de peligro. En el plano zaragocista, se podría decir que Raúl Guti es al Real Zaragoza lo que la luz de un faro a un barco. En tan solo dos encuentros, el “10” se ha echado al equipo a la espalda y se ha convertido en una de las pocas razones a las que aferrarse para conseguir la permanencia.
Guti es diferente. En un Real Zaragoza muy carente de sentimiento e identidad, el canterano encarna los valores del zaragocismo y trata de plasmarlos sobre el terreno de juego. En La Romareda hizo crecer a los suyos mediante intensidad y liderazgo. La segunda mitad del encuentro se llenó de sus mejores registros, complementándose con Francho en la media. Ambos futbolistas viven la agonía zaragocista con especial sentimiento, sintiendo cada error del equipo como propio y cada derrota como la más dolorosa de todas.
En El Sardinero, Guti volvió a erigirse como un mediocampista total. Corrigió, apoyó y corrió por él, por sus compañeros y por el escudo en un día en el que las piernas temblaban demasiado y el león parecía pesar en el pecho. Guti pisó todas las zonas del campo, trató de dirigir el escaso fútbol zaragocista y no negoció ni un solo esfuerzo. Con unos principios muy marcados, Raúl Guti se ha convertido en un líder, en un espejo en el que todos deberían mirarse. En la más agónica actualidad zaragocista, se ha convertido en la única certeza.