“Una casa dividida en contra de sí misma no puede sostenerse”, decía acertadamente en su día Abraham Lincoln. Una casa dividida en su contra tiene todas las papeletas para derrumbarse, añado. Luchar internamente contra lo que más quieres y pugnar por un poder superfluo de cara a un público que ya puede conocer todo es una de las riñas más soeces e imperiosas que se conocen. Algo así sucede en el Real Zaragoza
El club blanquillo está inmerso en una de las peleas mediáticas más vulgares que se recuerdan en la ciudad del Ebro. En el ansia por conseguir batir al rival -que debería ser tu aliado– se dejan los valores zaragocistas a un lado para sacar la cara a quien te interesa. Por intentar ser más que el otro. Más veraz, más concreto o más necesario. Pero no más eficaz para el bien común de un grupo de gente que late por unos colores a los que representas.
A mí me da igual que te llames Lalo Arantegui o Víctor Fernández. Que seas directivo o periodista. Como zaragocista, en uno de los momentos más difíciles de la existencia del club por el que suspiras, debes intentar solucionar el desastre y no ponerte palos en la rueda de tu misma bicicleta. Tu equipo está al borde del descenso y tú en el ímpetu de dividir a la gente con el fin de mostrar tu verdad. Que seguramente no case con la de tu adversario. Pero eso no importa. Esto no es una especie de careo en la que se deben de mostrar y demostrar las versiones de dos personas. Debe ser un espacio de libertad para el león que se encuentra enjaulado.
En esta guerra de egos, en esta pelea que trata sobre quién dice la verdad más grande -o por lo menos la que cala en un mayor número de personas-, el mayor damnificado es el zaragocista medio que se ve en la obligación de creer en uno o en otro en vez de en creer en el Real Zaragoza. ¿Víctor o Lalo? Ahora mismo ninguno.
Reconstruir desde la unión
“De la conducta de cada uno depende el destino de todos”, según Carlomagno. De las conductas individuales de cada persona pública depende el porvenir del Real Zaragoza. Por eso, cada uno debe poner su ladrillo en la construcción de la escalera hacia la paz colectiva para progresar en uno de los momentos más críticos para un Zaragoza que sigue en la UCI después de 10 años.
Tenemos que echar la vista atrás y ver lo felices que fuimos cuando estuvimos unidos. No montemos una guerra de dos bandos. No nos dividamos en dos facciones del zaragocismo, porque este es plural y en él caben la historia de Víctor y el legado de Lalo. Recordemos cuando el abuelo estaba en cuidados intensivos, enganchado a una máquina, y 20.000 personas lo metimos al quirófano y después lo paseamos orgullosos por las calles de nuestra ciudad y conseguimos salvarlo.
Hablo del 17 de julio de 2014, fecha en la que el Real Zaragoza volvió a nacer. No lo dejemos morir a noviembre de 2020. No permitamos que la política se meta en el fútbol y consigamos reflotar un barco que lentamente se está hundiendo por nuestras rencillas. Saquemos el orgullo zaragocista, que es lo que nos une a todos, y consigamos rescatar y devolver al club al sitio donde se merece. Con Lalo, con Víctor, con Alierta o con quien haga falta. Pero sobre todo, con el zaragocismo por bandera.