La travesía reciente del Real Zaragoza es la historia de nunca acabar. Apilado a la montaña rusa constante de la Segunda División en la que una temporada estas arriba y otra coqueteas con la parte roja de la tabla, parece que este año la cuesta abajo no tiene freno de mano.
El corto pero frustrante trayecto de Iván Martínez como primer entrenador del Real Zaragoza también responde a ese embudo agobiante que manifestaba en la primera línea del texto. Jornada tras jornada se repite el relato. Competir dignamente durante la primera mitad, apoyándose en novedosos cambios tácticos que giren la dinámica de anteriores encuentros, pero acabar sucumbiendo en la segunda mitad. Cuando las piernas empiezan a flojear, las ideas y la calidad técnica no llega al nivel suficiente como para mirar de tú a tú a nadie.
El planteamiento de Iván Martínez desconcertó a más de uno seguramente en la previa del partido. Un esquema 5-3-2 con Zapater acompañando a Eguaras y Francho Serrano en el centro del campo y con Toro Fernández e Iván Azón en la doble punta. El equipo perdía un atacante y dejaba en el banquillo a las que son a priori las piezas ofensivas más valoradas del equipo aragonés.
Sin embargo la puesta inicial resultó muy buena. El Real Zaragoza vivió mucho más cómodo que el Espanyol durante toda la primera mitad. En un plan de “mínimos”, cediendo la iniciativa y con la solidaridad en el esfuerzo por bandera. Se quitó un peso de encima, se desprendió de tanta responsabilidad. Con el 0-0 (a pesar de que el resultado no valía) el equipo iba ganando.
Llegaron incluso ciertas pérdidas de balón en el conjunto periquito que sumaron confianza en un Real Zaragoza en el que Francho y Zapater (emocionante dosis de nobleza) coleccionaban altos esfuerzos para algunos tramos de presión adelantada. Sin embargo el pequeño y humilde castillo de naipes que montó el cuadro de Iván Martínez se desmoronó por completo en la segunda mitad. Como pasa en cada partido.
El Espanyol le metió una marcha más al encuentro tras el descanso. Empezó a embotellar paulatinamente al Real Zaragoza cada vez más atrás y mas lejos de la portería de Diego López (cortó cualquier posibilidad de contragolpe). Los goles llegaron por su propio peso. Jair Amador, sostén en el despeje de su equipo empezó a llegar cada vez más al límite en cada acción. El central portugués define muy bien con su desorden el nerviosismo de su equipo a pesar de ser el defensa que más agujeros tapa.
Una vez más la reacción del entrenador fue insuficiente. Desde la dirección de campo no pudo torcer ni siquiera mínimamente el desarrollo del partido. Narváez, Bermejo y Zanimacchia no aportaron por si mismos ningún tipo de desequilibrio individual. El Real Zaragoza de Iván Martínez pereció ante el Espanyol como fallece en cada jornada. Ahogado por el peso de una mochila cada vez más llena de complejos.