De cuando en cuando, a un servidor le da mirar atrás y reconocer la virtud de aquellos que han escrito la historia de Aragón en papel, voz e instrumento. Y de cuando en cuando también, gusta echar la vista atrás para que crezca la nostalgia cuando saludo al escudo del león. Joaquín Carbonell -de raíces turolenses pero “zaragocista el primero”-, que en paz descanse, escribió un himno al Real Zaragoza y al sentimiento por unos colores que no se puede igualar por ningún otro conjunto que defienda la cuatribarrada en muchos siglos.
Y sí, mirando atrás, crece la nostalgia por lo que algún día fue el Real Zaragoza y por lo que nos gustaría que hoy en día fuese. Ojalá estar en la piel de Canario. Quisiera poder ver los cinco en Chamartín, los seis al Barcelona o la goleada copera en La Romareda en la gloriosa temporada del 2006. En algún momento el zaragocismo gozó con los paraguayos, soñó con la Quinta de París y vibró con el fútbol auténtico de los Magníficos.
Lo cierto es que echando la vista atrás, el Real Zaragoza ha sido a lo largo de su historia una concatenación de alegrías que son el paso del tiempo son valoradas. La consecución de títulos a nivel nacional, la Recopa, la Copa de Ferias y una infinitud de noches mágicas en Torrero y La Romareda hacen que los aficionados del Real Zaragoza deban estar muy orgullosos del legado que les deja el club.
Pero esto son historias de abuelo cebolleta. Desgraciadamente, esto no es hoy en día el Real Zaragoza. La historia está muy bien para recordarla, pero cuando estás jugándote la existencia, al borde de la desaparición, te contentas con mucho menos. Hoy, al aficionado zaragocista le basta con poder ver a su equipo cumplir los 90 años. Esto significaría que después de los tres difíciles meses que le quedan al zaragocismo por delante, su equipo ha sobrevivido un año mas. Si bien es cierto que antes era el aficionado el que debía estar orgulloso de la remesa de títulos y grandes noches que le había hecho disfrutar su club, es ahora cuando el Real Zaragoza, desde los cuidados intensivos, debe mostrarse presuntuoso de una afición que nunca le va a dejar tirado.
Hora de levantarse
El Real Zaragoza tiene que seguir viviendo. No puede acabar aquí el sentimiento por una manera diferente de entender la vida. No puede quedarse así una forma de vivir que por la indecencia de un puñado de buitres y políticos, que quisieron meter sus garras donde no debían, hundieron lo que más añoramos hoy. El escudo del león rampante debe seguir acompañando a los niños de Zaragoza en sus primeras patadas al balón. Los colores blanco y azul deben seguir mostrándose con total orgullo allá por donde vaya el zaragocista. La historia del Real Zaragoza tiene que seguir siendo enseñada y las generaciones venideras tienen que optar a seguir creciendo en torno a los valores que te enseña un sentimiento tan rico como el zaragocismo.
Esto no se puede quedar así. El Real Zaragoza no puede desaparecer. Y es una tarea de todos. Ojalá llegue el día en el que los que no hemos vivido la etapa gloriosa del Real Zaragoza podamos contarles a nuestros hijos, nietos y sobrinos lo que significa el blanco y el azul para una ciudad como Zaragoza, que se nutre de las grandes noches en las que la ciudad se ha teñido con los colores zaragocistas. Ojalá podamos volver a disfrutar de aquello de lo que hoy se nos ha privado, pero que seguramente mañana podamos volver a valorar. No encuentro un sentimiento similar al de viajar acompañando a tu equipo. Al de compartir unos ideales en torno a un deporte que va más allá del sentimiento para convertirse en pasión, y que es compartido con mucha otra gente.
El zaragocismo va a volver. Las noches grandes van a volver. Hoy he vuelto a creer, mirando hacia el cielo, que el león volverá a correr contra el viento. Porque jamás, jamás, se rendirá esta hinchada. Hoy he vuelto a ver a mi abuelo contándome que hubo días mejores hace no tanto tiempo. He vuelto a ver al Negro en el larguero, a Nayim golpeando desde su casa y a Poyet llorando por algo que hizo suyo. Hoy he vuelto a escuchar a Cachirulos XL y una cosa tengo clara: “entre los escombros y entre los muertos habrá siempre una lengua viva para decir que Zaragoza no se rinde”. Hagamos que nuestro club cumpla los 90.