ZARAGOZA | El gol de Gaëtan Poussin fue una explicación perfecta del mundo en el que vive el Real Zaragoza. El equipo se resume desde la locura, a través de fenómenos paranormales, de un trastorno bipolar. Es un equipo que puede hacerlo todo mal y todo bien en un mismo partido. Un club que puede estar maldito y bendecido el mismo día. El duelo ante el Eibar es uno más en un catálogo lleno de ejemplos. Estuvo gafado en la primera mitad y encontró su magia en el descuento. A la suerte también le llaman grada. Su afición siempre fue su mejor estrella. La diferencia es que ahora parece más evidente que nunca.
El balance de Gabi Fernández arroja un 5 de 12. Todos los puntos han llegado en La Romareda, donde logró vencer un encuentro y revivir dos que parecían perdidos. En esa resurrección la grada fue un factor diferencial, que pasó de forzar penaltis a rematar córners. También logró que Jair Amador tomara el testigo de Mario Soberón, incluso que Poussin encontrara el mejor perdón de toda la historia.
El Real Zaragoza de Gabi Fernández ha mejorado más en los intangibles que en sus registros. Se comporta como una unidad, es un equipo más comprometido y ha dejado de regular su esfuerzo. El sistema de ayudas se fortalece, pero mantiene sus defectos y una preocupante suma de errores individuales. Algo ha cambiado también de un tiempo a esta parte. Ante el primer golpe, el equipo ha sabido escuchar el rugido incondicional de una grada. La afición de La Romareda no solo está dispuesta a reanimarle, también está preparada para salvarle. Y en los últimos tres partidos en El Municipal ha ganado puntos que el mes pasado hubiera perdido.