ZARAGOZA | El Real Zaragoza buscó señales de esperanza en su empate, entre ellos el de ser un equipo vivo, reconciliado con su grada. Cuesta creer que un resultado así pueda ilusionar, pero la afición mira hoy con ojos más amables al banquillo y al césped. Hay motivos para hacerlo. No se sienta un inquilino, sino un tipo que estrenó su liderazgo en Zaragoza, alguien que quiere devolverle a la ciudad todo lo que la ciudad le dio. En el caso del equipo, La Romareda vibró en su ayuda. La afición se ha dado cuenta de que el equipo le necesita más que nunca, que cada vez da para menos. Y ante el Córdoba, el empate no se entendió sin la suma de las dos cosas: Gabi y la hinchada.
Gabi Fernández no construirá de aquí a final de temporada un equipo brillante, atrevido o temible. Su objetivo es formar un bloque sólido, férreo y difícil de batir. Ayer quiso agruparse en dos líneas de cuatro y pareció un plan sensato, cabal, sin alardes. Todo se torció en el balón parado, en una suma que ya alcanza las 17 unidades. El Real Zaragoza, que había pensado más en defenderse, solo sacó la cabeza en busca del empate. Ahí, en ese punto, cuando caminaba en una senda de alambres, logró rehacerse. Al penalti de Soberón le precedió el silencio y le siguió un rugido, pura liberación. La grada le cantó el gol a los que no habían mirado, en un gesto que simbolizó muchas cosas.
Desde ese mismo lugar, alguien se percató de que 18.000 personas podían celebrar un gol de penalti, ante el Córdoba, con el objetivo de cumplir 13 años en una categoría que no es la nuestra. La Romareda de las grandes citas en el momento más dramático de siempre. Pura paradoja. La historia no juega en el presente y el Zaragoza está para resistir la tormenta, para luchar por su propia vida. Todo lo que se pudo hacer fuera del campo, se hizo. Pero el césped no cuenta mentiras y al Zaragoza le espera el más agónico de todos sus sufrimientos.