El Real Zaragoza registró un doloroso récord ante el Mirandés. Encadena nueve empates consecutivos, en una cifra que ya es historia de este juego. Nueve disfraces que ya no sirven para vestir a nadie. No importa que el equipo de JIM se adelante en el marcador o que descubra en una noche de lluvia un goleador alternativo. En el descuento, en el tiempo en que se escriben sus desgracias, regaló un triunfo que ya tenía en su bolsillo. Fue un equipo tierno ante la juventud del Mirandés. Empató porque durante más de 90 minutos no quiso hacer otra cosa que guardar su ventaja.
El Real Zaragoza firmó el inicio soñado. Nano Mesa intuyó un rechace de Igbekeme e hizo suyo un balón muerto en el área. Marcó el gol en directo y lo celebró en diferido. El futbolista canario, liberado de su ansiedad, protagonizó las mejores opciones del Zaragoza en el partido. Estuvo entusiasta en el juego, hiperactivo en el partido y comprometido en el repliegue. Pero fue el único recurso de un equipo que se desintegró en el segundo tiempo.
En la primera mitad, JIM acumuló mediocampistas para bloquear los intentos del Mirandés, para sostener su ida y vuelta. Igbekeme apareció en el once y mezcló con Adrián González. El Zaragoza desplegó un dibujo asimétrico, en el que Francho Serrano fue el chico para todo y Radosav Petrovic la guía del juego. Durante media hora, el Zaragoza dio la impresión de tener todo bajo control. No amenazaba en ataque, pero el descaro de Íñigo Vicente o el desmarque de Sergio Camello no llegaba a asustarle. Sin embargo, el final del primer tiempo sirvió como presagio. Cristian Álvarez salvó un gol que La Romareda ya daba por hecho. El argentino rompió su estatua y se hizo con un balón que, de milagro, no rebasó la línea por completo.
El susto final no espoleó al Zaragoza, que tembló en el partido, vencido por los miedos. El equipo se protegió en su guarida, como si las manos de Cristian fueran su único argumento. El Zaragoza perdió poder con los cambios y Lolo Escobar supo agitar el partido. Nadie cambió la escena como Rodrigo Riquelme, uno de esos talentos que en Miranda pueden encontrar su mejor contexto. En su primer balón, mostró todas las pistas de su juego. Dibujó un túnel entre las piernas de Carlos Nieto y condujo a una velocidad inalcanzable para el Zaragoza. El equipo de JIM solo jugaba entonces con el reloj. En el césped, perdía duelos en las bandas y mezclaba ya el cansancio con la rendición.
La suerte quiso que el goleador no fuera Riquelme y que el tanto del otro revulsivo, Roger Brugué, llegara en los títulos de crédito. Tras un córner, el Zaragoza perdió la pista del primer palo y Jair se quedó con el molde de su despeje. Allí estaba Brugué como antes estuvo Stuani. Feliz, suelto y liberado, ejecutó el empate y un récord de desgracias.