La afición azulgrana, un día más, se embarcó en otro viaje buscando el más difícil todavía. En esta ocasión, una victoria ante un Villarreal enrachado que encaró a la SD Huesca con miedo pero con una calidad individual que fue diferencial.
La afición, previo paso por los colegios electorales en esta jornada de elecciones, salió a las 10.00 de Huesca. La mañana, fría, se recibió con otro talante puesto que se avecinaba un día largo. Los sueños de muchos, más allá de la política, pasaban por una victoria que no llegó pese a que se buscó con ahínco.
Tras una comida en la que se ha podido ver la buena relación entre ambas aficiones, se apoyó al equipo a su llegada al estadio. El bus, que entró al parking del Estadio de la Cerámica escoltado por parte de los aficionados, dejó a los jugadores en el mismo antes del trascendental choque.
Los seguidores azulgranas, entusiasmados, trataron de entrar cuanto antes al estadio. Sin embargo, su entrada al mismo no fue fácil, puesto uqe la zona visitante del estadio del submarino amarillo pareció casi un examen. Varios cacheos, revisiones de carteras en busca de pegatinas y largos tramos de escaleras después, los aficionados podían acceder a su zona. Esta, amplia y menos cuidada que el resto de zonas del mismo, se ubicaba por encima del resto del estadio, aislada. Pero no solamente por su ubicación, sino también por una cristalera y una red que evitaban el lanzamiento de objetos desde la misma y no facilitaban la visión.
A 90′ del milagro
Una vez en el no tan idílico lugar, el partido comenzó. El entusiasmo inicial buscó vía de escape y los gritos al comienzo del encuentro fueron ensordecedores. Pese a que había varios miles de personas más que defendían al equipo local, la SD Huesca salió al estadio sintiéndose como en casa.
Los gritos fueron poco a poco dejando a paso a las dudas, con a incertidumbre inicial de los de Francisco. Luego, el gol de Fornals se sintió como una losa que la inexorable afición trató de levantar con más gritos de aliento. El descaso dejó paso a la segunda parte, el Huesca logró anotar y un aire nuevo sopló en Villarreal.
Desde entonces, y hasta el final, la afición se desbocó. Más allá del gol, este lo había marcado Chimy y en la celebración había pedido apoyo a la grada oscense. Y esta trató de recompensarle con gritos ensordecedores de “¡Huesca, Huesca!” y de “¡Sí se puede!” que se prolongaron hasta el pitido final. Cuando este llegó, contrario a lo que muchos pudiesen creer, los gritos no se agotaron.
Los seguidores oscenses se fundieron en aplausos a los jugadores, mientras estos respondían desde el campo. Con caras largas e incluso pidiendo perdón, jugadores clave como Ferreiro o Chimy abandonaban finalmente los terrenos de juego. Mientras tanto, la afición seguía, inquebrantable, dejándose la garganta a grito de “¡Sí se puede!”.
Y así, y tras un largo rato de espera, la parroquia altoaragonesa se retiró de la grada y tomó rumbo a casa, con la mente en las elecciones y la frente alta por el partido. El equipo volvió a dejarse todo y cayó de pie en una batalla en la que fallar no estaba permitido, pero en la que inevitablemente sucedió.