Son 174 kilómetros que pivotan sobre uno de los picos con más nombre de la provincia de Zaragoza. El Moncayo surge rotundo entre Aragón y la castellana Soria. Desde la antigüedad ha sido considerada como lugar sagrado. Celtas, íberos, romanos, judíos, cristianos, musulmanes vieron en su cima un altar especial en el que acercarse a la divinidad. Con el Moncayo como referencia surge una ruta de tres etapas para conocer de forma tranquila estas tierras a lomos de una moto o desde el volante de un coche.
Son tres etapas que te llevarán de Borja a Tarazona, de allí a Vera de Moncayo y el Monasterio de Veruela y desde aquí a Agramonte y Ainzón. Un recorrido que no llega a las cuatro horas, pero que si quieres y tienes tiempo puedes hacer haciendo parada y fonda en cada final de etapa.
La huella de las culturas cristiana, islámica y sefardí se encuentra en Borja y tiene en su colegiata su principal reclamo. La localidad, buena tierra de vino, merece una parada para contemplar, además, la Casa de las Conchas, el convento de la Concepción donde sobresale por su claustro y las casas señoriales de sus calles como prueba de un pasado poderoso.
Béquer en Veruela
La carretera nos conduce a Tarazona, la ciudad del río Queiles, y uno de los conjuntos arquitectónicos más singulares de Aragón donde se levanta la catedral de Santa María de la Huerta, una de las joyas más impresionantes del renacimiento español. La romana Turiaso gurda edificios de bella factura como el palacio-jardín de Eguarás y la mezquita que da nombre al barrio de Tórtoles. Con un patrimonio así, bien merece la pena poner la moto a reguardo y andar por sus callejuelas antes de abrir gas dirección a Santa Cruz del Moncayo y Trasmoz, a las faldas del Moncayo y escasos kilómetros del Monasterio de Veruela, donde Gustavo Adolfo Béquer creó leyendas sobre la villa y su fortaleza.
Veruela está rodeado por una muralla jalonada por torreones que lo asemejan más a una fortaleza que se borra de nuestra mente gracias al paseo arbolado que desemboca en la fachada principal de la iglesia donde destaca el claustro, la joya del monasterio. La carretera nos conduce luego hasta Ainzón que se asienta sobre el valle del río Huecha en un paisaje dominado por la intensidad de los colores en un territorio donde el Moncayo sobresale como testigo mudo de un territorio con una rica historia y un glorioso posado que descansa sobre edificios de todo tipo.