Sabin Merino es una decepción más en la temporada y quizá una de las más sensibles. Su llegada en el mercado invernal fue un recurso de última hora. El Leganés había prescindido de él durante una fase esencial del curso, pero supo jugar con la desesperación del Zaragoza. Logró librarse de su ficha, consiguió que el jugador no pudiera medirse a su ex equipo y Merino negoció un contrato con tres años de duración.
Al principio, el mayor error de su fichaje pareció esa cláusula del miedo. El avance de la competición ha demostrado que hay otros todavía más importantes. Parece un futbolista sin veneno, absolutamente incapaz de terminar bien nada de lo que empieza. Duda de sí mismo, mientras el Zaragoza carga con una hipoteca fantasma a tres años vista.
Curiosamente, los fichajes más erráticos de las últimas temporadas se concentran en la delantera. Álvaro Giménez ha anotado 5 goles hasta ahora, pero su curso ha sido básicamente una decepción. Tardó trece jornadas en estrenarse y nunca ha mostrado regularidad en los partidos ni demasiada implicación en el juego. Nano Mesa, extremo de condición, propone un fútbol tan impulsivo como irregular. Sus dos tantos, además de insuficientes, se quedan muy lejos en el tiempo.
Todavía más llamativas fueron las contrataciones de la temporada pasada. Lalo Arantegui primero y Miguel Torrecilla después eligieron las peores cartas de la baraja. Gabriel Fernández, Haris Vuckic y Álex Alegría fueron el perfecto reflejo de una temporada traumática, al borde del alambre. Un gol entre los tres futbolistas y dos roscos para el Toro Fernández y Vuckic. Del esloveno se sospechó siempre que la delantera no era su posición ideal y no supo adaptarse a La Romareda. El uruguayo nunca estuvo a la altura de las expectativas, estorbó más de lo que aportó y falló goles cantados para cualquier otro. A tres citas del cierre del siguiente curso, las hipótesis tienen ahora un matiz cruel: ¿Quién es peor? ¿El Toro Fernández o Sabin Merino?
El poder del goleador
El puesto de delantero es especialmente sagrado en Zaragoza. Y no es necesario revisar los episodios más dorados de su historia, sino los más recientes, para darse cuenta de ese detalle. El Zaragoza se acerca a su década en Segunda División y las tres ocasiones en las que bordeó el ascenso tienen un punto en común. Aquellos equipos se explicaban a través de sus delanteros. Borja Bastón era la gran referencia de un grupo que se quedó a ocho minutos del ascenso. Borja Iglesias fue el mejor argumento del que perdió la promoción ante el Numancia. Y Luis Suárez hizo volar a un equipo que se desintegró tras la pandemia. Sin descubrimientos de ese calibre, sin los nueves que escriben las mejores historias del Municipal, el Zaragoza ha vivido entre las sombras.
Si en los mejores años cuesta decidir quién fue el mejor de los tres delanteros, en las temporadas de más sufrimiento también es difícil escoger al peor en un pelotón de delanteros. Como en el fútbol solo se conjuga el presente, los focos apuntan ahora hacia Sabin Merino, el último representante de una maldición reciente.