ZARAGOZA | Las horas posteriores a la derrota ante el Burgos sirvieron para acuñar en el Real Zaragoza una expresión que definió la caída. Sangre en los ojos, dijo Víctor Fernández. Al técnico se le escucha siempre en todas las circunstancias y el apuntador recurre a sus frases, como si todo el zaragocismo pudiera hacerlas suyas. Conviene recordar que esa tensión competitiva debe partir desde el calentamiento y en los minutos previos al encuentro. Y que si alguna incidencia puede tener el entrenador en el desarrollo del partido, un amplio porcentaje parte de la última charla.
No logró Víctor Fernández lo que siempre hizo especialmente bien: convencer con la palabra. Y el Zaragoza no entendió la trascendencia del partido que se jugaba. Quizá hubo un punto de relajación en la entrada al duelo, una extraña y falsa seguridad. Y en ese río revuelto, en un mar sin tensión, el Burgos logró la victoria. Lo hizo a través de su calidad individual, aprovechando las ventajas que le concedió un equipo desnortado, mal parido desde la alineación.
El Real Zaragoza jugó después con corazón, en pleno estado de alarma. Y quizá lo que faltó, por encima de todas las cosas, fue cabeza. Una selección inteligente de las jugadas. No siempre se trata de atacar mucho, sino de atacar bien. No lo hizo el equipo de Víctor Fernández, que se estrelló una y otra vez en una muralla invisible, que se obsesionó con el centro a ninguna parte.
En un mal lugar quedó el técnico a lo largo del encuentro. Retrasó en exceso los cambios y no acertó con los reemplazos. El partido estaba para jugadores con hambre, para lectores del juego en espacios reducidos. En su lugar eligió a un delantero en decadencia: Sergi Enrich. También a un futbolista que a veces es aprovechable como Zedadka, pero que tiende a la pura indefinición.
El duelo pareció diseñado para el talento de Pablo Cortés y para que la entrada de Marcos Cuenca llegara antes. Entre otras cosas, porque Germán Valera pasó de ser un intento habitual a la nada más absoluta. El Burgos encontró la respuesta a campo abierto, bendecido en el intercambio de golpes, dotado de mayor pegada en los metros definitivos. Resolvieron sus primeras espadas, mientras las del Zaragoza se diluyeron.
Venció el Burgos por calidad a un Zaragoza que se aferró a la cantidad. También a una melodía caótica: quiso vencer a través del toque de corneta. Y además de sangre en los ojos faltó veneno en la boca. El técnico ensayó una última respuesta para explicar la derrota. El Burgos tuvo más acierto, como si eso fuera poco. Bien sabe Víctor Fernández que eso en el fútbol siempre fue decirlo casi todo.