Severino Reija (Lugo, 1938) fue una parte esencial de un equipo de leyenda: el Zaragoza de Los Magníficos. Nacido en Lugo y criado en La Coruña, la llamada del Real Zaragoza le cambió la vida. En La Romareda compartió la banda con Carlos Lapetra y fue un futbolista moderno, precursor de la figura de carrilero. Jugó diez temporadas en el Real Zaragoza, fue internacional con la selección española en 24 ocasiones y llegó a portar el brazalete de capitán dos veces.
Reija atendió a SPORT ARAGÓN con una sonrisa. Cercano y entrañable, en su mirada hay bondad y muchos años de fútbol. En sus palabras, conserva un cariño infinito a la ciudad y un recuerdo nítido del mejor Zaragoza de la historia.
¿Qué supone para usted venir a Zaragoza a celebrar una fecha como esta?
Lo vivo con mucha alegría. Que se acuerden de ti, como sucede todos los años con la imposición de las insignias es un detalle muy bonito. Es una forma especial de reconocer a los socios que llevan 50 años. Y yo no me puedo negar a nada de lo que me pida el Zaragoza.
Se cumplen 90 años en el período más oscuro de la historia del club. Desde lo deportivo, ¿cuánto le duele el Zaragoza?
Me da mucha tristeza y mucha pena. La afición no lo merece y una ciudad como esta debería tener al equipo en Primera División. Las circunstancias son las que son y el fútbol es fútbol, como dijo Vujadin Boskov. En los últimos partidos de este año parece que estamos levantando el vuelo y a ver si tenemos suerte y podemos acceder a la promoción y se da el salto definitivo, el que merece el Zaragoza.
¿Qué le parece la aparición de los futbolistas de cantera en el primer equipo?
Si observamos un poco en la evolución de los grandes equipos, es habitual que se recurra a la cantera en los peores momentos. Nos podemos fijar en el Barcelona, que está haciendo un gran equipo basado en la estructura de cantera. Al Zaragoza no le queda más remedio que acudir a La Ciudad Deportiva y a esta generación hay que darle una oportunidad. Los chicos tienen una ilusión loca por defender los colores del club y eso nos llevará, tarde o temprano, al ascenso.
Con 19 años llegó usted a Zaragoza, después de dos temporadas en el Deportivo de la Coruña…
Coincidí con Amancio y Veloso, que acabaron jugando en el Real Madrid. Pero no conseguíamos subir a Primera División, a pesar de que teníamos un gran equipo.
¿Qué supuso la llamada del Real Zaragoza?
Mi vida cambió por completo. Y todo empieza con una anécdota. Yo jugué en Barcelona esa semana y de regreso paramos a Zaragoza a jugar un amistoso a puerta cerrada. Íbamos en autocar, camino de Bilbao para jugar contra el Indautxu. Y yo veía que había un jugador, con el que había coincidido en el Depor, Rodolfo, que me pasaba todos los balones. Y a mí me extrañaba. Al acabar el partido, en las duchas, se me acercó el delegado y me dijo: “usted, recoja las botas, que no viene con nosotros”. Me explicó que tenía que ir a La Coruña con el vicepresidente y un secretario del Zaragoza porque me iban a traspasar. Me entró un temblor muy grande. Al final, todo era cierto y se realizó el traspaso.
Y también tuvo algún incidente a su llegada…
Yo estaba haciendo la mili en Galicia de voluntario y me vine para aquí cuando cerraron mi fichaje. Nada más llegar, recibí un comunicado en el que me exigían regresar a La Coruña porque me habían declarado prófugo. Después de estar otro mes allí, volví de manera definitiva a Zaragoza. Fue una gran ilusión y el mayor acierto de mi carrera.
La Romareda acababa de inaugurarse
Fue el segundo año del estadio y en aquel equipo había mitos futbolísticos como Bernad, Domingo o Torres. Ellos tenían 30 años y yo tenía 19. Aquello me impresionó mucho. Tuve la suerte de tener un entrenador como Ochoa que confió en mí desde el principio. Después vino César Rodríguez y me usó como carrilero. En el Deportivo yo había jugado como interior o como centrocampista casi siempre. Él me pidió que me fuera hacia delante y funcionó. En Zaragoza tuve la fortuna de encontrar unos grandes compañeros y estoy muy orgulloso de todo lo que conseguimos.
Una de las claves de aquel equipo era la banda izquierda, donde coincidía con Lapetra…
Y con Pais. Formábamos un trío en ese costado y nos entendíamos muy bien. Si lo comparo con el fútbol de ahora, el sistema era similar al que se utiliza con Jordi Alba. Cuando él sube, los compañeros saben que tienen que cubrirle las espaldas.
¿Cómo ha evolucionado la táctica en ese aspecto?
No tiene nada que ver. El juego de antes era más táctico, el de ahora se basa en la presión. A menudo se lo cuento a mis hijos. Nosotros viajábamos en autocar, teníamos un masajista que hacía de delegado, de médico y de masajista. Ahora se cuidan todos los detalles. La preparación física, la alimentación… en eso están mucho mejor preparados.
¿Cómo se adaptaba usted, teniendo en cuenta lo que había por delante?
Yo tenía a Pais como guardaespaldas. Y en cuanto subía, cubría la banda. Esa situación se ensaya y es el entrenador el que lo manda. Yo subía y me iba con toda la tranquilidad del mundo al ataque, porque subir, subía con facilidad. Lo que me costaba más era bajar…
Villa era un habilidoso del fútbol, una maravilla. Marcelino fue, para mí, el mejor rematador de todos los tiempos. Santos no era un jugador demasiado vistoso, pero era súper práctico para el equipo. Canario era simplemente espectacular.
¿Cómo describe el fútbol de Villa, Marcelino, Santos y Canario?
Villa era un habilidoso del fútbol, una maravilla. Marcelino fue, para mí, el mejor rematador de todos los tiempos. Era impresionante. Santos no era un jugador demasiado vistoso, pero era súper práctico para el equipo. Canario era simplemente espectacular. Los Magníficos jugábamos con los ojos cerrados. El único logro que nos quedó pendiente fue ganar la liga. Les ganábamos a los buenos y perdíamos con los de abajo, quizá porque nos confiábamos. Esa es la única espina que le quedó a aquel equipo.
Pero sí hubo títulos, ¿Cómo recuerda ese doblete en apenas 50 días?
Para mí fue un año mágico. Conseguimos la Copa de Ferias y la del Generalísimo. Cuando hablo de aquel tiempo me emociono. Soy muy gallego y me entra una morriña tremenda. Añoro mucho esos momentos, lo sigo viviendo con mucha intensidad y, ahora, me enfado mucho cuando las cosas no van tan bien como iban entonces.
¿Qué tipo de futbolista era Severino Reija?
Era un jugador muy táctico. Tenía buenas cualidades y no era un defensor leñero. Una de mis mejores habilidades era el robo de balón. Recuerdo un Trofeo Carranza en el que me tocó marcar a Garrincha, uno de los mejores regateadores de todos los tiempos. Tenía las piernas combadas, pero no había forma de pararle. Antes del partido, me dolía un poco el tobillo y los compañeros me decían que lo que yo tenía era miedo de enfrentarme a él. Después del partido, Pais me dijo que nunca había visto a nadie marcarle como lo había hecho yo. Ante un extremo tan habilidoso, tenía un método. Yo no miraba el cuerpo, miraba la pelota. Y cuando empezaban a bailar, tenía facilidad para sacarle el balón antes del regate. Tenía esa facultad, que fue reconocida y de ahí vino todo lo bueno que he conseguido como jugador.
El partido frente al Leeds fue la mejor actuación del equipo. La afición de Elland Road nos pidió que saliéramos dos veces al campo. Nos ovacionó y reconoció el gran equipo que teníamos.
¿Cuál fue el partido más especial de su carrera?
El del Leeds. Al llegar al estadio había 80.000 aficionados, con sus bufandas, gritando el nombre de su equipo. Estábamos asustados, pensábamos que nos iban a meter seis. Empezamos el partido y a los diez minutos marcamos el primero. A los quince, el segundo. A los veinte minutos, íbamos ganando 0-3. En ese momento le preguntamos al árbitro cuánto faltaba para terminar. Para mí fue la mejor actuación del equipo y uno de los partidos que se recuerda con más cariño en la historia del Real Zaragoza. La prueba es que cuando terminamos el partido, la afición nos pidió que saliéramos al campo. Nos ovacionó porque reconoció el gran equipo que teníamos.
Ese Zaragoza pudo haber sido la columna vertebral de aquella selección…
Quizá el gran defecto del seleccionador fue no llevar la base del Zaragoza al combinado nacional. En Inglaterra no comprendían que un equipo como el Zaragoza no hubiese formado una parte fundamental de aquella selección. El seleccionador tuvo entonces otras ideas…
¿Cuál es el gol que mejor recuerda?
Marqué cinco y todos fueron especiales. Pero quizá el del Camp Nou fue el más importante. Cuando estás ante 100.000 espectadores y marcas, te sienta como muy bien. Tanto que en la celebración me vinieron a abrazar, choqué y me rompí un poco el labio. No me preocupó entonces ni el labio ni la sangre ni nada.
Jugó muchos años de carrilero izquierdo, pero no era zurdo…
Era un poco como Dembele (ríe). Tenía habilidad en las dos piernas, centraba igual con la izquierda que con la derecha. Lo que pasa es que al jugar en ese carril, me veía obligado muchas veces a centrar con la zurda.
¿Cómo recuerda su paso por la selección?
El primer recuerdo que tengo fue ingrato para mí, en el Mundial del 62. A la media hora me rompí el menisco. Como no se podían hacer sustituciones me situaron de extremo izquierdo todo el partido, para marcar el gol del cojo. Pero cuando juegas con la selección todo son satisfacciones y alegrías, independientemente de que no lográramos más triunfos que la Eurocopa del 64. En Chile 62 teníamos un equipazo. Y, sin embargo, nos vinimos para casa. Yo antes que nadie (ríe), tuve que regresar a Zaragoza a que me operaran. Cuando juegas con la selección, el escudo pesa mucho, es algo muy especial.
También ha recordado a menudo una anécdota con el himno…
Jugábamos en Checoslovaquia y sonó un himno equivocado. Empatábamos a ceros y en el descanso, en la caseta, nos echaron una bronca tremenda. El delegado de deportes nos dijo: “pero ustedes, ¿por qué no habéis roto la formación? ¿cómo pueden ustedes estar firmes mientras suena el Himno de Riego?” Nosotros no teníamos ni idea de lo que era eso. Y creo que esa situación se repitió hace unos años en un torneo de tenis en Australia…
A Marcelino habría que clonarlo. Era especial. De cabeza, le vi hacer cosas imposibles. También era una persona sensacional, tenía sus cosas y había que aceptarlo como era
En la selección hubo un triunfo por encima del resto, en la Eurocopa del 64, ¿cómo recuerdas el gol de Marcelino?
Fue una cosa increíble. Llovía, estaba todo mojado. Y fue un gol que aún no sé cómo pudo marcar. Fue un centro de Pereda y Marcelino se echó para atrás y desde el suelo, logró un cabezazo impresionante. Hacía cosas maravillosas. De cabeza le vi hacer cosas casi imposibles. Era un rematador sensacional.
También se le ha considerado distinto fuera del campo, ¿cómo era Marcelino lejos del césped?
A Marcelino había que clonarlo. Era especial. Un gran chaval, una persona sensacional. Tenía sus cosas y todos los que le conocíamos lo aceptábamos como era. Tenía un Volvo Rojo cuando nosotros íbamos en un 600. Impresionaba, era como llevar ahora un Masseratti. Le preguntabas cómo estaba y te decía: “hoy seguramente iré a 140 por hora” y cosas así. Había que aceptarlo tal y como era.
Fue protagonista en la final de la Copa de Ferias, antes y después del partido…
Cuando consiguió el gol en la Eurocopa nosotros nos teníamos que ir desde Madrid a Barcelona a jugar la Final de la Copa de Ferias. Jugábamos dos días más tarde ante el Valencia. Esperamos a Marcelino un tiempo y no apareció para coger el avión. Luis Belló preguntó al llegar a la concentración y nosotros le dijimos que no sabíamos dónde estaba. Mientras estábamos cenando, le vimos en la televisión, con una mascarilla, junto al Marqués de Villaverde, el yerno de Franco. Nosotros nos enfadamos al verlo, era la previa de un partido muy importante para nosotros. Cuando llegó, decidimos hacerle un feo: no felicitarlo por el gol que había supuesto el título en la Eurocopa.
¿Cómo fue ese recibimiento?
Al llegar, lo vimos un poco cortado. Era un partido vital y llegó dos días más tarde. Le dijimos al entrenador que no lo pusiera, que llevaba esos días de juerga. Marcelino se dirigió a Belló y dijo: “Míster, este partido lo gano yo”. Jugó y, efectivamente, entre él y Villa ganaron el partido.
El equipo de Los Magníficos hubiera durado si se hubiese prolongado la amistad que teníamos entre nosotros. Pero tras el incidente entre Santamaría y Waldo Marco el equipo se rompió.
¿Los Magníficos acabaron antes de lo esperado?
La época de Los Magníficos terminó con el problema que hubo en La Arruzafa. Hubo un enfrentamiento entre Santamaría con Waldo Marco y con el entrenador Daucik. Todo vino porque el técnico había metido en el equipo a su hijo. Nos dolía que estuviera en el grupo. Hubo una conversación un poco fuerte, a Santamaría lo apartaron del equipo y se sucedieron los problemas. Allí se empezó a romper el equipo de Los Magníficos.
Muchos no habíais alcanzado la treintena…
Estábamos casi al final, después de cinco años maravillosos. El Zaragoza empezó a perder importancia y estuvimos a punto de bajar a Segunda División. Fue una pena, porque fue un ciclo muy bonito. Los Magníficos hubieran durado más si hubiese habido continuidad en la amistad que teníamos entre nosotros. Pero se rompió y por ahí llegaron los fracasos que vinieron después.
Santamaría era una roca, un defensa sensacional. Violeta era el pulmón del Zaragoza
En ese equipo no todos eran atacantes, también había defensores como Santamaría…
No conocí a nadie que tuviese el orgullo y el amor propio de Santamaría. Era una roca. Recuerdo un partido contra la Juventus de Turín en el que empatamos a cero. Había un delantero que se llamaba Nené, le hizo una plancha y el taco le traspasó la piel. Se le veía el hueso de la tibia. Le pusieron un algodón, con agua oxigenada y aguantó todo el partido. Fue un defensa sensacional.
Y en Los Magníficos también jugó un mito del fútbol aragonés, José Luis Violeta…
Violeta era el pulmón del Zaragoza. Tenía unas facultades físicas impresionantes. Era un jugador extraordinario. La afición lo quería tanto que él decidió quedarse en Zaragoza. Si no fuera porque quería tanto al club, hubiese sido traspasado a un equipo grande.
Carlos Lapetra fue el jugador más grande que tuvo la ciudad, Aragón y el Real Zaragoza. Tenía algo especial, lo veía todo. Él no corría, pero sabías que te iba a dar la pelota en las mejores condiciones. Lapetra canalizaba todo el juego de Los Magníficos.
Y el director de orquesta era Carlos Lapetra, ¿ha sido para ti el mejor jugador de la historia del Zaragoza?
Sin duda. Tenía unas facultades mentales que no las he vuelto a ver. Uno de los recuerdos que tengo de él, es un gol que marcó ante cinco defensas. El tuvo la oportunidad de rematar, pero recortó e hizo que todos pasaran de largo. Luego disparó y, entre el barullo, puso el balón donde no había espacio. Y marcó. Era un portento mental. Él no corría. Cuando recibía, sabías que te iba a dar la pelota en las mejores condiciones. Lo veía todo. Tenía algo especial, canalizaba el juego de Los Magníficos. Era el distribuidor. Para mí fue el jugador más grande que tuvo la ciudad, Aragón y el Real Zaragoza. Ojalá que llegue alguno tan bueno como él.
¿Qué le ha dado a Severino Reija el Zaragoza?
Todo. Todo lo que soy se lo debo al Real Zaragoza. A la afición que tanto me ayudó durante años. Nunca podré devolver ni agradecer todo lo que me ofrecieron. Creo que me dieron incluso más de lo que me merezco. Y siempre estaré eternamente agradecido a la afición, al club y a la ciudad.
(*) Entrevista realizada por Jorge Rodríguez y Miguel Ángel Gayoso.