El Real Zaragoza inició su caída con el estado de alarma, en las últimas semanas de Víctor Fernández (que lo había hecho bien hasta la cuarentena) cuando estaba en la mejor disposición para regresar a Primera de modo directo.
Desde aquel infausto regreso de la primavera de 2020, no ha hecho más que encadenar incertidumbre. Mejoró el registro la pasada campaña con el acelerón de Jim para huir del foso, y ya ha vuelto a las andadas. Le cuesta todo, especialmente mantener un patrón de juego, generar continuidad en la elaboración y crear ocasiones. Y cuando lo hace, sobre todo por los costados, no encuentra un rematador, ni un llegador desde atrás. Le sucedió ante el Valladolid, especialmente en la primera parte, y ocurrió de nuevo ante el Cartagena, que jugó lo justo y fue efectivo en alianza con el azar. Un rechace le dio el gol de la victoria.
Al Real Zaragoza le falta gol, le faltan determinación, personalidad y ambición. Es demasiado frágil en todas las líneas y en la mentalidad del bloque, que parece vivir un estado de melancólica fragilidad que se renueva y se ensancha ante cualquier adversidad. No debe cundir la desesperación, pero así se ofrece muy poco. Ayer, además, no fue el mejor día del club: se anunció la cesión del joven Carbonell a las categorías inferiores del Real Madrid. Un joven de talento que aún no ha tenido su oportunidad con los suyos. ¡Con lo necesario que sería aquí! Anoche se penó, en el campo y en el estado de ánimo, por Francho, Francés y Azón.
A veces parece que alguien, por lo que sea, trabaja en la invisible demolición del Real Zaragoza.