Los azulgranas no hicieron tantos deméritos como para llevarse tal severo castigo de Vallecas. La primera parte vino marcada por errores puntuales que el Rayo no desaprovechó con una eficacia pasmosa, aunque la indolencia en ataque y la grave desatención defensiva por momentos del Huesca le impidió reaccionar y que los locales se afianzasen sobre el verde con el paso de los minutos, sin la necesidad de desarrollarse con maestría.
El comienzo del Huesca no fue nada malo. Arrancó con la gran novedad, la del esquema, con Carlos David, Iñigo y Jair como centrales y con Alexander y Ferreiro como carrileros, por derecha e izquierda respectivamente. Aguilera fue el mediocentro; Sastre y Melero, los interiores, y Moi el vértice más adelantado del rombo y el compañero en fase ofensiva de Gallar, la referencia. Se mostraron los de Rubi ordenados, bien situados, y solo el envenenado golpeo de Embarba y la posterior falta de entendimiento entre Remiro -que sale tarde y mal- e Iñigo propició la desventaja.
De nuevo fue el cuadro oscense quien le permitió al Rayo correr. Pérdida de Jair en el centro del campo tras un pase arriesgado horizontal, Carlos David salta a por De Tomás -centrado- y balón filtrado entre el central y un Alexander al que no le había dado tiempo a cerrar. La velocidad punta de Álex Moreno y un nuevo rechace hicieron el resto. Y es que, en este caso, para analizar tal derrota es importante comenzar por cómo fueron los goles. El Huesca no hizo tantas cosas mal para ser tan castigado.
Y se cumplieron los 12 primeros minutos. Y entonces sí que el Rayo se sintió muy cómodo, por el gran nivel técnico que ostentan sus jugadores… y por el marcador, sin duda. Logró guardar el esférico ese espacio de tiempo, cosechando un 57% de posesión entre el 5′ y el 15′. Ahí se acabó. Los de Rubi se hicieron con el balón pero avanzaban demasiado lento con él. La acumulación de gran cantidad de hombres por dentro, la presión alta de los rayistas y la ausencia de un atacante que ofreciese desmarques de ruptura, al espacio, condenaron al Huesca a resultar apenas dañino.
Llegada la media hora los azulgranas habían completado 121 pases. Necesidad absoluta de resguardase con el esférico y comenzar a remontar el vuelo mediante él. El Rayo, solamente 80; por delante en el marcador con una diferencia holgada y la no necesidad de asumir riesgo alguno. Y es que el problema del Huesca estuvo en las pérdidas. ¡Hasta 43 cometió en la primera parte! por solo 23 de los de Míchel. Por una de ellas llegó el 2-0 y la desatención defensiva volvió a darse lugar en el 3-0, cuando nadie siguió al ejecutor del saque de banda -Baiano-. Y otro rebote de regalo, el tercero.
Completó casi 200 pases el Huesca en un aciago primer tiempo por 137 de un Rayo que no tuvo que fajarse en exceso para irse goleando pero cuyas transiciones ofensivas por los costados, por donde los locales atacaron el 81% de las veces y se convertían en pesadilla para una zaga azulgrana tocadísima moralmente. Aunque hubo uno a quien no parecía pesarle en exceso: Alexander, quien acaparó las salidas del Huesca (52% de los ataques, por derecha), fue el segundo azulgrana que más balones recuperó en la primera mitad (5, por detrás de Moi, con 6) y el que realizó más regates con éxito, 3.
Ni Aguilera se sentía cómodo. Resultó el jugador del Huesca que más esféricos robó en total (7) y uno de los que sufrió las 19 faltas cometidas por el Rayo. Y es que otro dato que habla de por dónde se manejaron los de Rubi con el cuero es que solo 5 de esas faltas las sufrieron en terreno rival, resultado de un bloque bajo sin salida nítida, a pesar que en el segundo acto fue el Huesca el dominador. Por lo menos, de la situación. Porque continuó sin mordiente arriba (solo 2 disparos a puerta, uno desde fuera del área) pero como mínimo lo tuvo controlado, disminuyendo las pérdidas, y situándose arriba.
Ya con defensa de 4, con Rulo en el lateral izquierdo, con Melero como enganche del rombo y con Gallar y Ferreiro, móviles, arriba. Este último igualó a Aguilera en las recuperaciones (7), estando mucho más participativo que hasta el descanso. La única pólvora que restaba llevaba los nombres de Camacho y Rescaldani. Con el primero, Melero fue el interior izquierdo; con el segundo, Ferreiro fue el lateral derecho.
Sabía Rubi que algo debía tocar, quizás demasiado, pero tampoco daba la sensación de tenerlo muy claro. Como en el comienzo. Y es que pese a que los suyos fueron damnificados en exceso, en ningún momento hubo sintonía; equilibrio. Y eso es, siempre, lo más importante.