Con laconismo gestual y propiedad expresiva, Martín González reportó sobre el mercado de fichajes y la situación del equipo. Ni una ceja se le movió al director deportivo de la entidad, que dio una saludable sensación de controlar el escenario y la escenografía del fútbol profesional, muestra del equilibrio y sosiego necesario para contener el magma que se intuye en el corazón del club. Mili no le falta para apechugar con críticas y expectativas frustradas.
La figura de director deportivo se ha convertido en saco de los golpes de aficionados y trinchera de los palcos, de modo que al conocimiento deportivo-mercantil que se le supone debe unir una templanza de santo y una espalda de titán.
Le supongo estas capacidades a su antecesor, de modo que cualquier ponderación sobre Martín González no ha de entenderse como un desdoro ni una velada crítica a quien fue objeto de las inclemencias del Alcoraz el año pasado. Lejos de mi intención, porque no comparto el discurso anti Rubén García ni me pareció que realizara el nefando papel que se le quiere atribuir. Se me antoja más bien víctima de las guerras internas en el club y de interesados señalamientos para agigantar sus errores y menospreciar sus aciertos, como si su papel -así también el de Martín González- fuera el de un plenipotenciario o gozara de un poder vicario absoluto en la institución.
En el contenido expresarse de Martín González anoto tres aspectos me llamaron la atención, porque contrastan con las turbulencias que se encuentran en el desastre que fue la temporada pasada.
El primero, que asumió la decisión de llegar al club con plena consciencia de las dificultades y las condiciones con las que se iba a encontrar. Segundo, que confía en la plantilla en la que (forzosamente, claro) se ha alargado con jugadores de la cantera porque va a tener un carácter competitivo. Y tercero, que al aficionado no se le debe engañar con expectativas infundadas.
Magra transparencia sobre la situación económica y deportiva, plantilla descompensada y con falta de pujanza y expectativas exageradas como corolario fueron, entre otras, las causas de un año que se torció de inmediato y acabó entre la indiferencia y el alivio tras pasar por algunas broncas, que parecieron pocas en un curso tan movidito.
No pasó inadvertida la cita de Enrique Martín Monreal. Ya se sabe: en el fútbol, el sentimentalismo es igual fracaso. Debería grabarse en el quicio de los accesos al Alcoraz para que no se olvide.
El graderío del Huesca no será el más expresivo ni tiende a sobreactuar, ni para el gozo ni para la queja, pero es sumamente generoso. Y también es realista. Esa gente a la que no se debe engañar, como señaló -reitero- Martín González, sabe perfectamente, y en general, de dónde viene el club y dónde queda y se hace a la idea de la situación por la que atraviesa pese a que la ya aludida transparencia y claridad no abundan en las relaciones de la sociedad con socios, aficionados y accionistas residuales. Hay que saludar por tanto un discurso templado, sin estridencias ni facundia pero lleno de sensatez, comedimiento y prudencia, de ese realismo en el que suele habitar el aficionado.