ZARAGOZA | Hace tiempo que busco relatos que no tengan que ver solo con rumores y fichajes, historias que se alejen del día a día. Supongo que en esa idea hay una vocación frustrada: la del escritor que nunca seré. La vida me proporciona a menudo cuentos que no me atrevo a escribir y muchos tienen que ver con el tema que mejor domino: el Real Zaragoza.
El gimnasio al que voy me ha descubierto un nuevo amigo, un escritor de verdad: Sergio Royo. Supe tarde su profesión, pero ya antes tuve la impresión de que compartíamos algunos códigos. Creo que fueron sus tatuajes los que iniciaron esa parte de la conversación: una daga en su antebrazo hacía referencia a un poema de Shakespeare.
En ese punto del diálogo, me señalé el mío como respuesta. También el tigre que llevo tatuado sirve como un símbolo literario. Mi padre nos escribía cuentos a mi hermano y a mí de tigres, se imaginaba que íbamos a buscarlos al Maestrazgo, en pleno puerto de Las Cabrillas. Mi hermano, que siempre tuvo una lectura muy científica de la vida, no tardó en descubrir que no había restos demostrados de tigres en La Iglesuela del Cid, el pueblo en el que vivíamos. Yo le pedía en secreto que no se lo dijera, que la realidad no nos estropeara una buena historia.
Sergio me contó pronto que no pasaba por su mejor momento. A mí se me ocurrió una solución inmediata: “de un momento triste, saldrá tu mejor libro.” Pensé entonces una frase que no podía ser mía: “La felicidad es un fin en sí mismo y lo mejor de la tristeza es que se puede escribir muy bien de ella”. Me hace gracia pensar que Sergio me vio entonces como una especie de Confucio de metro sesenta, que levantaba mal las pesas.
Sergio me confesó ese día que preparaba un libro sobre lo que estaba viviendo y me gusta pensar que será su mejor obra. Le digo, medio en broma, que no sea muy feliz por ahora. Él me sonríe con una melancolía amable, pasajera.
Mi amigo se interesó por mi profesión y no tardamos en hablar de fútbol. Es abonado y un fan incondicional del Real Zaragoza. Entre ejercicio y ejercicio siempre busca alguna referencia al equipo del que los dos seremos siempre. Me pregunta por los rumores más recientes y por la visión que tengo de la plantilla a estas alturas del mercado. Cuando ya le he dicho tres veces que el bueno es Carlos Martín, suele decir una frase en la que habla por todos los zaragocistas: “Todavía no me quiero ilusionar”.
Supongo que Sergio me cae bien por su forma de escribir y porque siempre se haya atrevido a hacerlo. Yo, cobarde todavía para eso, fantaseo con escribir un libro del ascenso. Pero de momento, la realidad se empeña en estropearme una buena historia.
Hace tiempo que se lo propuse medio broma y medio en serio a mi padre. Él llegó a decir en pleno partido que Francho Serrano se parecía a René Housseman, un argentino que fue campeón del mundo en el 78, porque “los dos se movían como las olas en el mar”. Solo esa cita, tan genial y lunática al mismo tiempo, vale por un libro. Desde hace algún tiempo se me ha ocurrido que al proyecto se tiene que sumar una nueva voz, un escritor que va a mi gimnasio.
Cuando estoy decidido a proponérselo a los dos me viene a la cabeza una frase que escuché por primera vez hace algún tiempo: “Todavía no me quiero ilusionar”.