El contexto del Real Zaragoza es siempre complejo. Pero ningún momento de la temporada parecía peor que el del partido ante Las Palmas. Las protestas, el agobio y los miedos rodeaban el partido. Y todo ha cambiado desde entonces: sin saber muy bien cómo, en tres felices suspiros. JIM llegó a ese partido más debilitado que nunca, cuestionado por una afición que había pedido su dimisión en Leganés. “Soy el capitán del barco y los jugadores deben fijarse en mi energía”, llegó a decir tras perder en Butarque.
Vencido por los resultados, decidió modificar el escenario desde la media, desde el punto en el que se cocinan los partidos. En un día clave, le dio entrada a un recién llegado. El protagonismo de Jaume Grau tuvo incidencia en el marcador e hizo que también brillara el pie de Eugeni Valderrama. Pero llegado el punto clave del partido, cuando la ventaja inicial se había torcido y el equipo canario pensaba en el triunfo, apareció Cristian Álvarez. El portero argentino ha firmado una temporada algo irregular, a menudo tibio en las salidas. Pero su mejor cualidad sigue vigente: siempre aparece en el momento de la verdad. Y en sus manos todavía hay milagros.
Cristian Álvarez creyó en el fallo de Hernani cuando nadie más lo hacía. Su parada fue un acto de fe, un póster contra la lógica. Solo unos minutos más tarde llegó el tanto de la victoria de Álvaro Giménez, que ya salvó a JIM del agobio una vuelta antes, en Burgos. La misma fe de Cristian Álvarez la tuvo Iván Azón en El Molinón una semana después. Su tanto mostró su espíritu combativo y su potencia en la carrera. La suerte le había esquivado en algunos goles y Azón empezó a cobrarse esa deuda.
El viernes siguiente, el Zaragoza se topó con el vendaval del Almería en la primera mitad. En el minuto 7 del encuentro, Umar Sadiq forzó un penalti que Dyego Sousa quiso para él. Cristian Álvarez le negó el gol dos veces al Almería, en una de esas acciones que solo pueden llevar su nombre. En sus paradas hay algo extraño: un punto de espiritualidad, casi de meditación y grandes dosis de reflejos. Minutos más tarde, el equipo de Rubi acumuló ocasiones hasta cantar un gol que no fue válido y toparse con la madera en dos ocasiones. No lo supo entonces, pero el Almería ya estaba vencido. Y lo comprobó mejor que nadie Francho Serrano, con un gol en el que el portero rival fue su mejor socio.
Nadie esperaba que en el momento más delicado del curso, los detalles que siempre jugaron en contra corrieran tres veces a favor del Zaragoza. Los triunfos, como era de esperar, se escriben a través de Cristian Álvarez y del peso de la cantera. En tres citas señaladas, el Zaragoza cambió su suerte.