La derrota del Real Zaragoza ante el Sporting de Gijón fue el resultado de una suma de accidentes. Algunos llegaron pronto y otros fueron definitivos. El partido mostró el carácter competitivo del grupo, su capacidad de sufrimiento. Nunca firmó su rendición y llegó a tener el empate a tiro en un encuentro que nació torcido. Pero el juego descubrió también algunos defectos conocidos: libra por libra sigue siendo una plantilla justa, sin demasiados argumentos para cambiar las inercias.
El Zaragoza necesita que en el partido no haya grandes acontecimientos para tenerlo a su alcance. Escribá quiere controlar los detalles más sustanciales y los más corrientes. No pudo hacerlo en El Molinón, en un inicio nefasto, que marcó para siempre el encuentro. En ese lugar de la desgracia apareció Tomás Alarcón. El chileno ha iniciado todos los partidos desde que llegó a La Romareda. Y, aunque fue capaz de rehacerse en los dos primeros, nunca los ha comenzado bien. La diferencia es evidente: en esta ocasión su expulsión hizo que no hubiera opción de mejorar.
Alarcón falló pronto en las dos acciones que lo marcaron todo. Debía estar en el lugar del corte, en el sitio del remate de Dani Queipo hacia el gol. Él lo supo y quedó aturdido en los minutos siguientes. Tres minutos más tarde cometió el peor de sus errores. Quiso rebañarle el balón por la espalda y acabó pisándole el gemelo. Fue una acción imprudente, temeraria, que el colegiado castigó con la roja. Poco importa que en la jornada se produjeran dos acciones similares en otros encuentros y que quedaran impunes. Una vez que llegó la revisión, Alarcón supo que su sentencia estaba escrita.
El grupo reaccionó bien al gol y mostró su compromiso colectivo, con Azón como referencia, al frente de un pelotón de voluntarios. Mollejo pudo marcar, pero el Sporting encontró un vacío en los costados. Allí Larrazabal amaga con mejorar, pero nunca lo consigue. En el otro perfil, Nieto sufre en defensa y se suelta en ataque. Si logró amenazar en el centro en sus expediciones, en la segunda mitad acabó siendo un aliado del rival y una víctima del colegiado.
A falta de 20 minutos para terminar, cuando el Zaragoza se aproximaba al empate y cercaba al Sporting, el árbitro castigó con la segunda amarilla una falta irrelevante de Carlos Nieto. Allí se acabaron las opciones de sacar algo positivo del Molinón y empezó el enfado de Escribá: “En el fútbol de siempre, eso no es expulsión. El VAR debería evitar los penaltitos y las expulsioncitas”.
Con Alarcón y Nieto como verdugos, el Real Zaragoza frenó su progresión en el curso, en uno de esos partidos que se pierden casi antes de empezar. Y su derrota se explica mejor con la mitad de un trabalenguas: tres tristes desgracias.