El Zaragoza está instalado en un déjà vu interminable, esa sensación de que lo que está pasando ya lo has vivido previamente. Exactamente eso es lo que se siente al ver semana a semana un partido del Real Zaragoza. Se terminan los análisis y las palabras para poder definir el (no) juego de los de Alcaraz. No importa el rival, el sistema o los jugadores sobre el campo, la conclusión siempre es la misma: este equipo no es capaz de ganarle a nadie.
Un empate, y gracias, es lo único que se pudo sacar ante el Córdoba en La Romareda. Los de Curro Torres son el peor visitante de la categoría, habiendo encajando 18 goles y sumado un solo punto hasta esta jornada. No importa. El Zaragoza tampoco fue capaz, ante un débil rival, ni de marcar gol ni de sumar más de un punto.
La afición zaragocista, esta vez mucho menos numerosa que en ocasiones anteriores, tuvo que volver a presenciar un grotesco espectáculo sobre el césped del estadio municipal. El mejor jugador, Pombo, se quedó en el banquillo, víctima del castigo de Alcaraz ante unas declaraciones del canterano que no suponían nada más allá del reflejo de la frustración que siente cualquier zaragocista de corazón.
Alcaraz acumula tantos experimentos en el once como jornadas al frente del equipo. El técnico debería mentalizarse de que esto no es una pretemporada y de que sobre el campo deben estar los mejores, sin dejarse llevar por castigos personales que solo perjudican al futuro al club. La baja de Eguaras dio paso a Ros en el centro del campo. Benito adelantó su posición para jugar como interior. Delmás se quedó como lateral en una defensa de 4 que tuvo a Álex Muñoz y Verdasca como centrales y a la que regresó Lasure como lateral izquierdo.
¿Se pueden hacer más cambios en el once? Claro que sí. Y así lo hizo Alcaraz. Igbekeme desapareció, Guti regresó para jugar los 90 minutos tras su lesión y Gual junto a Vázquez fueron la pareja de atacantes. Todo ello supuso además cambiar el sistema y regresar a un 4-4-2 en rombo. Los laterales comenzaron con buenas intenciones, buscando subir por banda y dejando al pivote Ros como refuerzo de Muñoz y Verdasca. Pronto, Delmás comenzó a tener problemas, lo que provocó que Benito tuviera que dejar sus combinaciones en el centro del campo en pro de las ayudas a su compañero de posición.
El Zaragoza intentó llegar al área rival adelantando su línea defensiva para dotar al balón de una mayor salida. Ello fue aprovechado por el Córdoba para encontrar espacios entre la zaga blanquilla y comenzar a crear peligro con el paso de los minutos. Alcaraz no estuvo rápido en los cambios. Dio entrada a Pombo por un Biel que no aportaba nada al equipo. Pombo logró alguna combinación interesante que sus compañeros en ataque se encargaron de desaprovechar, especialmente por la ceguera de Gual en buscar su lucimiento personal.
Torres, el míster del Córdoba, daba entrada a Jovanovic, que se situaba en la punta de ataque para desplazar al ex zaragocista Jaime Romero a la banda. Ahí, la velocidad del extremo se pudo aprovechar mucho más por los andaluces y trajo de cabeza al Zaragoza en la recta final del partido. Alcaraz solo reaccionó en el 85, dando entrada a Soro por Gual. Una decisión que no aportó más mordiente arriba en los minutos finales. Para que el partido tuviera de todo, Cristian también tuvo que lucirse para salvar un punto que alarga la espiral de destrucción zaragocista.
Con este final, la afición zaragocista pitó a su equipo y no dudó en mostrar su insatisfacción con el actual rumbo del club. La epidemia de pañuelos blancos amenaza con extenderse por la grada de La Romareda. Las miradas apuntan a dejar de dirigirse al césped para tornarse hacia las butacas más privilegiadas del estadio. Y eso, en el mejor de los casos, suponiendo que la afición zaragocista todavía tenga paciencia para acudir al municipal y seguir aguantando su déjà vu semanal. El Zaragoza no solo pierde los puntos y el juego. El Zaragoza puede perder el apoyo de su afición ante el hartazgo de la grada. Y entonces sí estará todo perdido.