El Real Zaragoza afronta la semana más tranquila de este mes, después de un triunfo que llegó en el último suspiro. El tanto provocó la felicidad de todo el zaragocismo y en El Gol de Pie se formó para celebrarlo una marabunta muy fotogénica.
El fútbol propone giros caprichosos y está lleno de pequeñas y grandes paradojas. Carcedo ya era una nota al pie cuando se habían jugado más de 90 minutos en La Romareda. La segunda unidad del técnico era uno de los mayores defectos de este equipo, incapaz de aportar soluciones a los partidos. Pero frente al Villarreal B, cuando su destitución ya se había escrito, reinó lo excepcional y no lo previsto. En el gol intervinieron cuatro de los cinco cambios que había proyectado el técnico. Marcos Luna, Gaizka Larrazabal, Iván Azón y Alberto Zapater cambiaron la suerte de Carcedo.
El gol fue un acontecimiento irrepetible. Y quizá el reflejo de un triunfo que se celebró en el vestuario como algo más que eso. El Zaragoza tuvo que ganar dos veces, frente a un filial que jugó de un modo tímido hasta que Haisem Hassan se presentó en el césped. El equipo de Carcedo falló en la sentencia y se encontró con el empate. En el último tramo, el partido era ya áspero, lleno de ataques telegrafiados, ya vistos por La Romareda.
Pasado el descuento, se alinearon los astros en una carambola feliz. Marcos Luna no tembló ante uno de sus primeros balones como profesional y mezcló en una bonita pared con Gaizka Larrazabal. El extremo vaso amenazó dos veces con tropezarse y salió de ese amago con su mejor regate. Larra eligió entre líneas el desmarque de Azón. Y él, tan distinto y bondadoso en todo, no pensó en sí mismo y sí en el resto. En el territorio en el que los delanteros solo ven portería, Azón atendió la llegada de Zapater. El capitán resolvió con un toque de exterior y marcó un gol que fue todo corazón.
La alegría del triunfo no puede hacer perder la noción de la realidad. El Zaragoza se mantiene lejos de cualquier privilegio, con solo tres victorias que llegaron siempre por la mínima y con la suma de todos los agobios. El sábado venció a un filial, a un grupo valiente y sin complejos, pero que pareció tierno en un gran escenario. Y el equipo aragonés lo hizo con dos novedades: marcó por primera vez en una jugada directa de estrategia y lo completó después con un gol que mezcló a sus revulsivos.
La felicidad en el fútbol, además de breve, también puede ser agónica. Carcedo, más aliviado que nunca, mantiene el puesto cuando La Romareda ya tenía escrita su sentencia. Cuando todo parecía perdido, el Zaragoza cantó un gol desde su banquillo.