El Albacete superó por un gol a cero a un Real Zaragoza que sin necesidad de practicar un fútbol muy vistoso sometió por completo a su rival en los últimos minutos y coleccionó cuatro postes durante los noventa minutos.
Juan Ignacio Martínez plantó en el Estadio Carlos Belmonte a los once futbolistas con los que todos contábamos en la previa. Durante la temporada el Real Zaragoza ha sido incapaz de repetir alineación, pero JIM en apenas unas semanas ha encontrado ya su primera línea de batalla. Con apenas algún matiz (en ocasiones como la de ayer obligados por la sanción de Pep Chavarría) la continuidad está clara.
El Real Zaragoza tiene claro su sistema
Real Zaragoza y Albacete fueron muy reconocibles y fieles a su diccionario estilístico. El equipo manchego formó un 4-4-2 muy junto y buscaba ser vertical tras pérdida, acogido a la creatividad de su banda izquierda en la que Manu Fuster ponía el toque diferencial. Los aragoneses con ese intercambio de posiciones entre Francho y Bermejo según convenga en ataque o en defensa.
Cuando los de JIM se agrupan tras pérdida o defienden en posicional Sergio Bermejo queda descolgado junto al Toro Fernández. Es una especie de 4-4-2 rudimentario. Sin embargo con balón existen directrices que dotan al equipo de mayor riqueza táctica e imprevisibilidad. Bermejo baja a recibir a la zona de “interior derecho” para recoger de Iñigo Eguaras y armar la conducción, y Francho Serrano ofrece desmarques largos y estira el campo para su equipo (Narváez abierto en izquierda mezcla profundidad con apoyo).
Lo cierto es que no fue un partido brillante en lo futbolístico ni del Real Zaragoza ni del Albacete. Durante muchos minutos existió ese ritmo impreciso y anodino que en innumerables ocasiones marca la Segunda División, y que por supuesto beneficia al equipo que va ganando. No ocurría nada.
Los cambios de JIM torcieron al equipo
Juan Ignacio Martínez fue atrevido y prematuro con los cambios, buscando agitar el juego del equipo. Lo consiguió, pero para empeorar la situación de su equipo. La entrada de Adrián, James Igbekeme y la formación con dos puntas fijos alejó al equipo de la portería rival. “No por poner más atacantes estarás más cerca del gol”. Una frase muy recurrida entre entrenadores.
Precisamente eso le ocurrió a un Real Zaragoza que dejó demasiado solo a Eguaras en el centro del campo y que perdió posibilidades para mantener la posesión del balón. Durante 20 minutos el Albacete salió de la madriguera y tuvo acciones en campo rival cortándole el ritmo ofensivo a los maños. La expulsión fue un punto de inflexión clave y necesario para el desembarco final.
Honor final
El Real Zaragoza acudió con todo a por el empate. Derroche honorable de nobleza y valor, lema de club, orgullo para la afición. Los cuatro postes totales, tres de ellos en la recta final y esa sensación de hambre y rabia en la cara de todos los futbolistas dejan el respiro y la sensación de que con esta actitud el equipo no descenderá.
Es la gran conclusión a extraer de una derrota “injusta” (el fútbol no tiene porque ser justo) en la que no sería fiel a la realidad si no acabara cruzando estas líneas con la evidente trascendencia que tuvo un error arbitral. El Real Zaragoza está más vivo que nunca.