El Real Zaragoza sigue sin vencer y los portavoces del club se esconden entre tanto empate. Ratifican a JIM con la boca pequeña y hay quien piensa que detrás de ese movimiento se esconde la propuesta de un ultimátum con dos partidos de margen. Poco después, si el grupo vuelve a fallar, se insistirá en la necesidad de un cambio de rumbo y se activará la búsqueda de su sustituto.
Es un protocolo conocido por todos: el club se posiciona a favor de la continuidad del técnico, autor en este caso de un milagro antes de ayer. Le siguen sus futbolistas, que se ponen siempre de parte del entrenador, hasta que no les queda más remedio que acatar las órdenes del siguiente. Y el desenlace también está escrito: JIM tendrá exactamente el crédito que dicten sus resultados.
Mientras tanto, conviene atender a la afición, entre otras cosas, porque se ha convertido en el único sustento de un club insostenible. Tras el duelo ante el Mirandés, escuchamos su veredicto. Los cánticos del pasado domingo no iban dirigidos al cuerpo técnico o a los jugadores, sino a una directiva que sigue creyendo la verdad de sus mentiras.
La palabra de JIM
JIM ni quiere ni puede esconder su cuota de responsabilidad en un Zaragoza que no sabe ganar. Desorientado ante una cadencia histórica de empates, sus últimos pasos estratégicos en los partidos remiten siempre al fallo. El equipo se ha vuelto conservador, JIM ha perdido lectura del juego y su Zaragoza no ha cuidado detalles esenciales con la ventaja a su favor.
Pero quizá el mayor defecto del técnico reside en sus propias palabras. Llamó “equipo súper competitivo” a un grupo que está solo para sufrir. La famosa “pomada” sigue siendo la misma que la de la temporada pasada, un eufemismo que JIM sustituyó hace un par de jornadas por “el lío”. En esa última aportación no le faltaba razón, el Zaragoza está efectivamente en un “gran lío”. Pero en uno muy distinto al que pregonan JIM, Torrecilla y sus nuevos acompañantes en la dirección deportiva.
Los marcadores no son casualidad, sino el producto de un mercado lleno de delirios, en el que Torrecilla eligió la cantidad en lugar de la calidad. Ese matrimonio de conveniencia entre el técnico y Torrecilla le sienta bien solo a una de las partes. El director deportivo aguanta la lluvia bajo el paraguas de JIM, que le ofrece un apoyo incondicional: “A lo que diga Miguel Torrecilla no le quites ni una coma”.
La afición del Zaragoza mira hacia el palco
Como las palabras de JIM y de su director deportivo no benefician al Zaragoza, la directiva ha elegido no hablar con el pretexto de que así no puede equivocarse. No hay demasiada novedad en ese silencio, sino las huellas del mismo camino de siempre. Blindan el vestuario y los arquitectos del proyecto más austero y perdedor deciden no dar explicaciones, sabedores ya de que no convencen a nadie. Iniciada la temporada, los accionistas descartaron la venta a un grupo del que todo el mundo sospechaba. Una inversión que ellos mismos presentaron como fiable ante los ojos del público para desdecirse poco después. De cara al mercado invernal, tampoco permiten la entrada de grandes zaragocistas en su cúpula. Como si su lema fundamental fuera el de una dirección que ni come ni deja comer.
La afición vuelve la vista hacia el palco y se percata de un matiz que es anecdótico y fundamental al mismo tiempo. Frente al Club Deportivo Mirandés, James Igbekeme empleó durante muchos minutos una camiseta sin escudo. El detalle parte seguramente de un despiste del nigeriano, pero deja en el aire una pregunta: ¿Puede haber una imagen que represente mejor el momento que vive este Zaragoza?