HUESCA | Hace unos días recibí una nueva lección periodística. Y junto a mí, unos cuantos colegas de profesión. También entre los asistentes, había personas relacionadas con otras áreas de trabajo. Una enseñanza en público para mí, una más, y la enésima para muchos de los que ahí estábamos. Era una reunión informal con aroma de oficial.
El Huesca a través de muchos de los actores que históricamente han compuesto su cúpula -no todos- en la era reciente, ha tenido siempre la pretensión de ser más que un club de fútbol. También una escuela de vida, incluso de periodismo. Probablemente en su día fue atinado invocar a ese espíritu de unidad, teniendo en cuenta la idiosincrasia del lugar en el que nos movemos. Esa tierra chica que convive y compite futbolísticamente hablando con grandes urbes. También es ecuánime decir que ahora, echando la vista atrás, ese afán de uniformidad colectiva ha podido ser positivo y también nocivo. A partes iguales. No todo vale. Y cuando una entidad entra en el ámbito de la élite deportiva, se llama Liga de Fútbol Profesional, como tal debe ser tratada. Como un ente adulto y con poder.
El Huesca creció y se hizo mayor siempre con la pretensión de ser tratado desde el agradecimiento coral -que es indudable, se ha dado ya en infinidad de ocasiones- pero con escasa capacidad para dejarse revisar desde fuera. Habrá compañeros que se sientan identificados en estas humildes líneas si digo que el Huesca a muchos sectores les ha mirado desde un piso superior. El espíritu crítico y las preguntas deben ir siempre en el ADN de esta maltrecha pero necesaria profesión.
Con cualquier ámbito de la realidad y también en cualquier lugar. En momentos de dificultad todavía es más necesario trabajar por la verdad. Confrontar puntos de vista, datos, escuchar aquí y allá, tener la mirada abierta, intentar verificar y tratar de interpretar la realidad con la distancia justa para no perder la perspectiva. Con sinceridad y sin trampas para que esta escuela, llamada vida, no nos juegue malas pasadas.