La vuelta a la competición se acerca. Aunque ésta no se parecerá en nada a la que conocíamos. El fútbol volverá, pero sin su esencia. Volverá con un vacío enorme, el que dejarán los aficionados en los campos. Si bien es cierto que el fútbol como negocio de las televisiones ya se había comido prácticamente al fútbol de la gente, esta situación terminará por desnaturalizar por completo aquel deporte que nunca tendría que haber perdido su cercanía con el hincha. Porque no se equivoquen, el fútbol sin gente es como bailar sin música.
No hace demasiado que el Real Zaragoza llegaba a La Romareda bajo el humo de las bengalas y la imponente voz de sus aficionados. No hace demasiado que David García, speaker del Real Zaragoza, comenzaba con su ya tradicional “con el uno, defendiendo la Puerta del Carmen, Cristian…”. “Álvarez”, contestaban los casi 30.000 aficionados que se congregaban en el Municipal. No hace demasiado que se entonaban los últimos versos del himno cuando el partido llegaba a su fin. Tampoco cuando amigos y desconocidos se juntaban de regreso en el transporte público para valorar la última actuación de su equipo. Porque el fútbol, además de un deporte, es el elemento socializador para miles de personas cuya pasión por él le dota de una esencia única.
El fútbol volverá sin público en los estadios. Las emociones de la gente dejarán de llegar a los jugadores. El fútbol volverá siendo un deporte más frío, en el que su imprevisibilidad dará paso a unos acontecimientos cada vez más predecibles. “La Romareda tiene que ser un fortín”, comentaba Raúl Guti a principio de temporada. ¿Cuál es la diferencia entre La Romareda y la gran mayoría de campos de Segunda División? Exacto, su afición, la que es capaz de levantar a su equipo en los momentos más complicados y la que puede cambiar el devenir de los acontecimientos.
Decía Víctor Fernández que “la mística de La Romareda es nuestro sello y no nos lo va a arrebatar nadie”. Sin embargo, el Real Zaragoza no podrá contar con su gente, aquella con la que había sellado un vínculo demasiado fuerte como para que La Romareda se quedara, de un día para otro, totalmente muda. Escuchar los golpeos de balón y las órdenes de los jugadores. El grito tras una patada o la lluvia sobre la chapa del estadio. Será distinto. También extraño. Desalmado quizás. Lo que está claro es que La Romareda dejará de ser ella mientras sus gradas permanezcan vacías.
Corren tiempos difíciles. La excepcionalidad de la situación arrebatará la naturalidad de todo aquello a lo que nos habíamos acostumbrado. Vayan bailando sin música, quizás sea lo más parecido al fútbol con el que nos encontremos.