Siete días inolvidables. Seis viajes eternos a la par que ilusionantes. 2.540 kilómetros, tres estadios y un sentimiento. La semana más emocionante de mi vida. Porque, si es por el Huesca, vale la pena. Y mucho.
Levantarme del asiento con el gol de Alexander. Aquello marcó el camino. Qué emoción. Dar un golpe sobre la mesa con el gol de Samu. Aquello dio opción a soñar con el ‘playoff’. Qué ilusión. Y, más tarde, emprender un viaje con el objetivo de, primero, sentir cómo se podría lograr algo histórico y después, en caso que se consiguiese lo anterior, vivir dicha historia. Todo en primera persona. Como mejor sabe.
Un juego de contrastes. Del blanco al negro en ausencia del gris. De norte a sur sin pisar Madrid. Del todo a la nada, de tenerlo a perderlo. Del villano Morales a la cabeza de Aguilera pasando por el ingenuo Rober Pier. Un contexto de gala para que un rubio terminase haciendo magia. Era llegar al éxtasis. Verlo, tocarlo, sentirlo. Suponía adentrarse en algo inimaginable, conocer y experimentar un nuevo espacio-tiempo de la mano del adorado escudo.
Horas en el paraíso para observar un escenario bajo la luna. Un Alcoraz como nunca. El estadio de siempre no parecía el mismo, sino mágico. Molina pretendió arrebatar una ilusión que el eterno capitán devolvió al son de un brasileño. De la decepción más bruta a un ánimo que muros tumba. Y todos a una.
Quizás las paradas increíbles o los goles en el añadido escondían algo. Algo más, algo que trasciende lo inhumano. Era lógico creerlo porque resultaba casi ilógico vivir una situación como esa. Sin embargo, en Getafe se iba a detener la armoniosa sinfonía que había acompañado una realidad ideal. El golpe más dulce, porque la historia ya estaba hecha; porque los límites de una pequeña gran ciudad ya habían sido superados. La novedad ya se había dado lugar, así que, ahora, solo queda decir GRACIAS.
Gracias primero por ser. Gracias después por hacer. Y gracias, sobre todo, por no dejar de ser… mientras se hacía. No se puede agradecer más porque uno siempre se quedaría corto con lo que su equipo ha conseguido. Por eso, ante un agradecimiento ilimitado que conlleva una felicidad desmedida más allá de que un silbato detuviese el tiempo, la reflexión más profunda se da lugar; quizás, la advertencia más importante:
El haber logrado tal gesta para el recuerdo eleva a los azulgranas a una dimensión desconocida hasta la fecha. Que no existen imposibles, que los sueños pueden hacerse realidad, que la trama de la vida consiste en romper aquellas metas que antaño eran inalcanzables e, incluso, impensables, han hecho que conozcamos algo que creíamos inexistente. Así, cuando todo parezca poco, cuando la victoria se torne rutina o cuando estar al borde del abismo resulte un drama que no querer vivir, o hasta del que avergonzarse, recuerden aquello que nos hace tan únicos a la par que especiales, aquello que escuchamos con un cariño desmedido: “Somos la Sociedad Deportiva Huesca”.
Aunque parezca mentira, ya no hay palabras. Tan solo queda lugar para una oración: muchos saben lo grande que supone ser pequeño, pero nadie entiende lo bonito que significa formar parte de ti.
Bonito artículo Edgar , no suelo estar muy de acuerdo con tus opiniones ni en cómo las expresas pero este artículo me ha gustado mucho enhorabuena .
Pd dicen que una imagen vale más que mil palabras la foto del artículo habla por sí sola mirando esa foto no hace falta decir mucho más …..