Pocas veces suele pasar. Es una regla no escrita en el baloncesto de formación. Cuando se enfrenta un equipo de ‘primer año’ a otro de ‘segundo’ de la misma categoría. Corría el año 2010 cuando se vivió una experiencia paranormal en Los Guindos. El cadete ‘B’ superaba al cadete ‘A’, siendo estos de una generación mayor. En el equipo perdedor había un larguirucho de Marbella con fama de blandito llamado Rubén. Entre los ganadores se señalaba un apellido conocido, un tal Sabonis, Domantas de nombre. Otro peligroso pelirrojo, un tal Alberto, aparecía por los Guindos como júnior. Decían que no iba a llegar a la élite porque no metía de tres.
Justo una década después estos tres ’malaguitas’ de bien tendrán un fin de semana de recochineo y cachondeo, de guasa fina como las conchas de El Palo. Uno, ese lituano ‘andalú’, saboreará en Chicago lo que es un All Star Game de la NBA. Los otros dos, ese ‘rojeras’ de pelo que no las metía ni en una piscina (4/8 en triples) y ese flacucho mazado en una universidad americana (12 puntos y 9 rebotes), fueron los principales culpables de elevar a su Unicaja sobre un Casademont que dejó de bailar ganador cuando se le apagó el ritmo de DJ Seeley.
Tercera falta de DJ
La tercera falta del californiano del Casademont Zaragoza, con máxima ventaja para los aragoneses (43-52, min. 22:30) y sensaciones de solidez, supuso un apagón colosal en lo que hasta entonces parecía la copia del pase a semifinales que en el mismo Martín Carpena y ante el mismo rival, se había conseguido en el 2014. DJ parecía un Jordan de la primera época, ese que jugaba solito y solitario. Pero cuando desapareció nadie de los de su alrededor, ninguno de rojo se mutó en Pippen, Grant, Paxson o Harper. Un parcial abrumador de 10-0 inicial para igualar y de 40-22 en los siguientes quince minutos (80-72) electrocutó a un Casademont perdido en las pérdidas (18 totales) y sin rumbo sin su anotador (20 puntos en ese tramo de partido). Nadie tomó el relevo.
DJ salió a montarse su fiesta personal. En la derrota en Manresa, presagio de última ronda de la Liga Endesa, sólo había anotado un par de puntos. En Málaga destapó su tarro de las esencias, ese de bote con swing, de baloncesto reposado, para ir acumulando una suma que pintaba histórica. Se quedó en 29 (11/16 en tiros de campo), máxima de la temporada y en su periplo español, en los 25 minutos que jugó (Fisac no lo sentó en los primeros 16:30), sin apenas tiempo en la segunda mitad.
La metralleta de Redding comenzaba a parecerse al Mark Davis de Gran Canaria (44 puntos en 1990) o a Leon Wood (44 en 1989) antes de meterse a árbitro NBA, americanos del CBZ que aún lideran la tabla de mejores actuaciones individuales en una Copa del Rey en la época ACB. Pero cuando volvió a pista era ya demasiado tarde. Su disfraz de héroe no era suficiente ante los superpoderes de cinco españolitos.
Protagonismo canterano
Y lo fue por culpa de la cantera del Estudiantes y de los Guindos. De esos que anunciaban los diarios malagueños en sus portadas la mañana anterior vestidos de pilotos de época. Porque los del Ramiro estarán con pie y medio en la LEB Oro, pero exportan quilates a la Costa del Sol. A la defensa sobre el balón de Alberto Díaz, asfixiando la mente de Carlos Alocén y Rodrigo, consumido en el nerviosismo y los errores, se sumó el acierto de Darío Brizuela (9 puntos), Jaime Fernández (7 asistencias) y Carlos ‘Chimpa’ Suárez. Este cuarteto más Rubén Guerrero, que hasta hace un mes era residual para Luis Casimiro, conformaron un quinteto con tres pequeños descarados, acertados en la línea triple y leyendo para disfrute de ese ya no tan blandito de Marbella las continuaciones en los bloqueos y continuación, que Casademont tenía que defender fuerte sobre la pelota por el mal que le estaban haciendo los jugones verdes.
Tremenda la afición de Málaga
La grada de Málaga comenzó a cantar el himno, a llevar en volandas a los suyos, erradicando su mala racha ante el Casademont, que tenía en el Martín Carpena su pequeño lugar de recreo particular. Los aficionados locales terminaron bailando al ritmo de los verdiales de Díaz y Guerrero, de su cante hondo de defensa pesadilla. Terminaron animando al grito de ‘Zaragoza, Zaragoza’, recordando su última Copa en el Príncipe Felipe, a esa a la que acudieron como octavos y acabaron como campeones. Pero esta vez se dirigían amables y hospitalarios a los tres centenares largos de hinchas mañicos que tendrán un fin de semana largo para quitarse la amargura de esta eliminación indeseada en la fiesta que es esta Copa. Esa que pintaba tan bien y no ha sido para tanto. Porque esto es baloncesto, un deporte en el que las matemáticas no cuentan, y menos en estos eventos de nervio fácil.