ZARAGOZA | Hay pocas pruebas más exigentes para un entrenador que su primer partido y Julio Velázquez, experto en situaciones límites, lo sabe bien. El fútbol siempre tiene prisa y un cambio en los banquillos busca una reacción inmediata, un escenario distinto. Se espera que los futbolistas se reencuentren y parezcan mejores de lo que fueron anteayer. Esa es exactamente el trabajo que se le ha encargado a Velázquez en Zaragoza.
La carrera del técnico salmantino está plagada de situaciones que se parecen a esta y que son distintas al mismo tiempo. Supo reconducir temporadas que se habían torcido pronto. Supo también lo que es entrenar en grandes banquillos, como el del Villarreal o Betis. Pero esas premisas tienen ahora algunas diferencias.
En sus grandes oportunidades, pudo trabajar desde el inicio de temporada. En sus situaciones más urgentes, el propósito no era otro que mantener la categoría. Ninguna de esas dos fórmulas coinciden ahora en Zaragoza. El objetivo de La Romareda siempre es ambicioso, por mucho que haya sido impronunciable. Para soñar primero tendrá que levantar a un equipo herido en el ánimo y en el fútbol.
Julio Velázquez se presentó en La Romareda con un discurso enérgico, con guiños para la historia y la afición. El resumen de lo que quiere para su Zaragoza tiene algunas palabras claves: quiere un equipo con identidad, reconocible, siempre competitivo. Un grupo del que sentirse orgulloso. Y la afición aprecia todas esas cosas, pero sobre todo quiere que su equipo venza en El Carlos Belmonte.
Con más recorrido que fama, Velázquez aparece en La Romareda con el curso en marcha. Su tarea es reiniciar la temporada y dotar de un sentido competitivo a un Zaragoza que lo ha perdido. Sin tiempo para la espera, el Albacete medirá la reacción del grupo. Y para un entrenador que aterriza en plena temporada, pocas cosas son más importantes que el efecto de la primera impresión. A veces, convencer en el primer día hace que venzas para siempre. Julio Velázquez tiene ahora una tarea inmediata, un milagro cotidiano: conseguir que todo cambie. O que, al menos, lo parezca.