Ilusionados, con cierta ansiedad y con caras de haber conciliado muy poco el sueño. Esa fue la estampa en el aeropuerto Huesca-Pirineos un lunes de mayo. Pero no iba a ser un lunes cualquiera. Ese día iba a significar un momento imborrable en la historia de cientos y cientos de azulgranas. El ascenso a Primera ya no era un sueño. La realidad galopaba desbocada en busca de hacerse un hueco en cada uno de esos corazones expuestos a tal desenfreno.
Esos vuelos no iban cargados con tan sólo esos centenares de seres humanos en busca de vivir una de las experiencias que les iban a marcar de por vida. Por un momento se elevó tan alto que en él se subieron a bordo los muchos azulgranas que hoy descansan en el cielo. No estaban de cuerpo presente, pero con sus recuerdos colmaron de vitalidad a unos soñadores que nunca olvidarán quienes fueron. En cada corazón habita un trozo de su vitalidad, de su fuerza, de su imborrable recuerdo. Ellos fueron parte ineludible de la historia y sólo por ellos mereció la pena cerrar los ojos, subir a recogerles y, de la mano, descender hasta Lugo para completar el final de una historia de ensueño.
Y por fin pisamos tierra. La ansiedad serenaba sus acometidas y nos saludaba la lluvia. Fina por momentos y temerosa su estampa en el cielo lucense. El camino a la gloria pasaba por codearse con esa conocida invitada. Galicia sin ella sería menos bonita, menos verdosa y seguramente envejecería añorando su frecuente visita. Aposentadas todas las pertenencias, llegaba el camino más responsable. Ese que se afronta con sonrisa silenciosa y una mezcla de nervios e ilusión que embullen entre tantas y tantas sensaciones encontradas.
Por fin a lo lejos se atisban los focos. Llegamos al campo. El Anxo Carro espera impasible una tarde de gloria que será siempre recordada por la afición azulgrana. El gol de Gallar, el tacón de Pulido, el himno a capela y tantas y tantas imágenes que serán imposible olvidarlas. Se irán a la tumba, sentimiento en vena. Ver tanta cara feliz es la mejor recompensa de un equipo de leyenda, que vivirá para siempre y formará parte de la historia de un club de primera un lunes de madrugada.
Allí encontré mucho cariño, muchos recuerdos, abrazos sinceros, amigos, conocidos… pero me quedo con estas palabras de un niño a su madre Montse, lucenses ambos, amigos de nuestro David Ferreiro, fieles lectores a los cuales agradezco todas y cada una de sus bonitas palabras. “Mamá, siempre llevaré al Huesca en mi corazón, aunque David ya no esté allí”, esbozaba. Reconozco se me cayó alguna lágrima. Por un momento recordé mi niñez, a mi amado Argavieso. Hugo, cariño, sólo por verte y conocerte mereció la pena este viaje.
Después aconteció la celebración, miles y miles de vídeos, imágenes de una Huesca desenfrenada. El cuerpo pacía en Lugo, la cabeza y el corazón añoraban esa preciosa Plaza Navarra. Con ganas de volver, de ver a mi gente, a mis niñas y celebrar todos juntos esta preciosa hazaña. Ya de nuevo en casa reposado y asimilando tantas y tantas emociones, no me queda más remedio que echar la vista atrás en un año para el recuerdo. Nunca pensé vivir esto, ni vivirlo tan de cerca. Si alguna vez me preguntan qué es la felicidad créanme que les diré Lugo y les señalaré una fecha: 21 de mayo de 2018. El día que el sueño se hizo realidad.
Porque la vida es ese periplo donde vivimos la inocencia, pasando por la madurez, para convertirnos en seres nostálgicos y llenos de recuerdos. 2018 quedará grabado en mi memoria como un año inolvidable, mágico y emborrachado de un sentimiento descomunal. El ADN azulgrana ha provocado en mí lo irremediable. Una metástasis de sentimiento que ha invadido mi cuerpo. Ser azulgrana es una forma de vida, un contagio severo que me acompañará allá por donde vaya.
¡Gracias SD Huesca! Por tanto y por nada.